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sábado, 11 de abril de 2009

Homenaje videográfico musical al General Zapata

La Tumba de Zapata


Corrido de la muerte de Zapata (Amparo Ochoa)


Corrido a Emiliano Zapata


La Muerte de Zapata (Ignacio López Tarso)


Zapata (Arpioni)



¡TODO EL PODER AL PUEBLO!

Vigencia de Emiliano Zapata

Hoy hace 90 años, en una hacienda de Chinameca, en Morelos, fue asesinado el general Emiliano Zapata en una emboscada fraguada desde las filas del carrancismo. Concluyó, de tal forma, una vida consagrada a la lucha en defensa de la justicia, la libertad y los reclamos de los desprotegidos, y pionera en la reivindicación de una causa que habría de estar, desde entonces hasta la fecha, en el centro de los reclamos políticos y sociales en nuestro país y que habría de servir de inspiración a futuros dirigentes: el derecho de los campesinos sobre la tierra.

Hoy, nueve décadas después de su muerte y a casi un siglo del inicio de la Revolución Mexicana (1910) y de la promulgación del Plan de Ayala (1911), los ideales del Caudillo del Sur cobran particular vigencia y relevancia ante la desastrosa situación que enfrentan el campo y los campesinos en México. En efecto, después de la reforma agraria impulsada por el gobierno de Lázaro Cárdenas del Río, el campo mexicano sufrió durante el siglo pasado un proceso sostenido de abandono al fragor de los planes de industrialización nacional. Más tarde, el inicio del ciclo neoliberal profundizó ese deterioro con episodios como la contrarreforma agraria de Carlos Salinas de Gortari, quien en 1992, con el propósito de incrustar al agro mexicano en la lógica de mercado y en la apertura comercial, modificó el artículo 27 constitucional –eliminando el concepto de “propiedad social”– y, de esa manera, puso fin a los programas de redistribución de la tierra, liquidó el sistema ejidal y acabó, en suma, con una de las principales herencias del zapatismo y la Revolución.

Por añadidura, durante los pasados cinco lustros las sucesivas administraciones han puesto en marcha directrices que han significado el abandono de los entornos rurales y el empeoramiento de las condiciones de vida de sus habitantes: han desmantelado los apoyos estatales a la pequeña producción y al consumo interno de alimentos, han concentrado el presupuesto destinado al campo en un reducido grupo de grandes exportadores y han iniciado procesos de apertura comercial indiscriminada –cuya expresión más acabada es el capítulo agropecuario del Tratado de Libre Comercio de América del Norte–, que hoy amenaza las perspectivas de vida de millones de campesinos. Ante ello, el grupo en el poder ha mantenido una actitud de cerrazón, insensibilidad y ceguera, y ha carecido de voluntad política para atender las expresiones de descontento que no sólo recorren al sector agrícola, sino que se extienden por amplias franjas de la población.
Por añadidura, desde los altos círculos del poder público se han emprendido, como en tiempos de Zapata, campañas de agresión y persecución en contra de luchadores sociales y activistas que han intentado continuar, de una u otra manera, el camino trazado por el Caudillo del Sur. Baste mencionar, como botón de muestra, las excesivas e injustas condenas que se han impuesto en contra de Ignacio del Valle y otros dirigentes del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, de San Salvador Atenco.

En una coyuntura como la presente, cuando queda de manifiesto la necesidad de reactivar al campo mexicano y apoyar a sus habitantes, con miras a que el país recupere algo de lo que ha perdido en materia de autosuficiencia alimentaria y de justicia social, los ideales zapatistas se presentan intactos y vigentes. Corresponde a la sociedad retomarlos para saldar la deuda histórica con los sectores más desfavorecidos y para construir una nación más justa, libre y equitativa.

(Editorial de La Jornada)

¡TODO EL PODER AL PUEBLO!

El último documento político de Emiliano Zapata

CARTA A VENUSTIANO CARRANZA

El día de hoy se cumplen noventa años del asesinato del general Emiliano Zapata. Para recordarlo en su exacta dimensión de dirigente popular, líder político y revolucionario consecuente, el servicio de noticias ISA reproduce aquí el último documento político firmado por el Caudillo del Sur, escrito menos de un mes antes de su asesinato. Es una carta abierta dirigida a Venustiano Carranza, en la que hace una radiografía cruda del curso derechista que la Revolución empezaba a tomar al ser dirigida por los nuevos catrines. A noventa años de su hechura, cualquier semejanza con la realidad actual de México no es mera coincidencia. Se podrían cambiar algunos nombres y parecería haberse escrito hoy.




Cuartel General del Ejército Libertador en el
Estado de Morelos, marzo 17, 1919

Un sello que dice: República Mexicana.- Ejército Libertador.
Cuartel General del Ejército Libertador en el Estado de Morelos.

Al C. Venustiano Carranza.-
México, D. F.

Como ciudadano que soy, como hombre poseedor del derecho de pensar y hablar alto, como campesino conocedor de las necesidades del pueblo humilde al que pertenezco, como revolucionario y caudillo de grandes multitudes, que en tal virtud y por eso mismo he tenido oportunidad de reconocer las reconditeces del alma nacional y he aprendido a escudriñar en sus intimidades y conozco de sus amarguras y de sus esperanzas; con el derecho que me da mi rebeldía de nueve años siempre encabezando huestes formadas por indígenas y por campesinos; voy a dirigirme a usted, C. Carranza, por vez primera y última.

No hablo al Presidente de la República, a quien no conozco, ni al político, del que desconfío; hablo al mexicano, al hombre de sentimiento y de razón, a quien creo imposible no conmuevan alguna vez (aunque sea un instante) las angustias de las madres, los sufrimientos de los huérfanos, las inquietudes y las congojas de la patria.

Voy a decir verdades amargas; pero nada expresaré a usted que no sea cierto, justo y honradamente dicho.

Desde que en el cerebro de usted germinó la idea de hacer revolución, primero contra Madero y después contra Huerta, cuando vio que aquél caía más pronto de lo que había pensado; desde que concibió usted el proyecto de erigirse en jefe y director de un movimiento que con toda malicia denominó “constitucionalista”; desde entonces pensó usted, primero que nada, en encumbrarse, y para ello, se propuso usted convertir la revolución en provecho propio y de un pequeño grupo de allegados, de amigos o de incondicionales que lo ayudaron a usted a subir y luego lo ayudasen a disfrutar el botín alcanzado: es decir, riquezas, honores, negocios, banquetes, fiestas suntuosas, bacanales de placer, orgías de hartamiento, de ambición de poder y de sangre.

Nunca pasó por la mente de usted que la revolución fuera benéfica a las grandes masas, a esa inmensa legión de oprimidos que usted y los suyos soliviantan con sus prédicas. ¡Magnífico pretexto y brillante recurso para oprimir y para engañar!

Sin embargo, para triunfar fue preciso pregonar grandes ideales, proclamar principios, anunciar reformas.

Pero para poder evitar que la conmoción popular (peligrosa arma de dos filos) se volviese contra el que la utilizaba y la esgrimía; para impedir que el pueblo, ya semilibre y sintiéndose fuerte, se hiciera justicia por sí mismo, se ideó la creación de una dictadura, a la que se dio el nombre novedoso de “dictadura revolucionaria”.

Se encontró luego la fórmula apropiada; se pronunciaron palabras sugestivas; eran precisas, indispensables, la unidad de dirección y de impulso, la cohesión entre los revolucionarios, la rapidez para concebir, la energía y la prontitud para ejecutar.

Todo eso, que no podrá tener cabida en una asamblea deliberante, se otorgó a un solo hombre, que fue usted, y desde entonces fue el único amo de las filas del constitucionalismo.

Para hacer triunfar las reivindicaciones libertarias de la revolución, se necesitaba un dictador —se dijo entonces—-. Los procedimientos autocráticos eran inevitables para imponerse a una sociedad refractaria a los principios nuevos.

En otros términos, la fórmula de la política llamada constitucionalista fue ésta: “Para establecer la libertad hay que valerse del despotismo”.

Sobre estos sofismas se fundó la autoridad de usted, el absolutismo y la omnipotencia de usted.

¿Cómo y de qué forma ha hecho usted uso de esos exorbitantes poderes, que habían de traer el triunfo de los principios?

Aquí es preciso, para no pecar de ligero, analizar con calma y pasar revista retrospectiva a los hechos desarrollados durante la ya bien larga dominación de usted.

En el terreno económico y hacendario, la gestión no puede haber sido más funesta.

Bancos saqueados; imposiciones de papel moneda, una, dos o tres veces, para luego desconocer, con mengua de la República, los billetes emitidos; el comercio desorganizado por estas fluctuaciones monetarias; la industria y las empresas de todo género, agonizando bajo el peso de contribuciones exorbitantes, casi confiscatorias; la agricultura y la minería pereciendo por falta de garantías y de seguridad en las comunicaciones; la gente humilde y trabajadora, reducida a la miseria, al hambre, a las privaciones de toda especie, por la paralización del trabajo, por la carestía de los víveres, por la insoportable elevación del costo de la vida.

En materia agraria, las haciendas cedidas o arrendadas a los generales favoritos; los antiguos latifundios de la alta burguesía, reemplazados en no pocos casos, por modernos terratenientes que gastan charreteras, kepí y pistola al cinto; los pueblos burlados en sus esperanzas.

Ni los ejidos se devuelven a los pueblos, que en su inmensa mayoría continúan despojados; ni las tierras se reparten entre la gente de trabajo, entre los campesinos pobres y verdaderamente necesitados.

En materia obrera, con intrigas, con sobornos, con maniobras disolventes, y apelando a la corrupción de los líderes, se han logrado la desorganización y la muerte efectiva de los sindicatos —única defensa, principal baluarte del proletariado en las luchas que tiene que emprender por su mejoramiento.

La mayor parte de los sindicatos sólo existen de nombre; los asociados han perdido la fe en sus antiguos directores, y los más conscientes, los que valen, se han dispersado llenos de desaliento.

Hoy se trata, al parecer, de infundirles vida nueva, pero con miras políticas (como siempre) y bajo la corruptora sombra del poder oficial. Acabamos de ver mítines obreros presididos y “patrocinados” (!) por un gobernador de provincia bien conocido como uno de los servidores incondicionales de usted.

Y ya que se trata de combinaciones de orden político, asomémonos al terreno de la política, en el que usted ha desplegado todo su arte, toda su voluntad y toda su experiencia.

¿Existe el libre sufragio? ¡Mentira! En la mayoría, por no decir en la totalidad de los estados, los gobernadores han sido impuestos por el centro; en el Congreso de la Unión figuran como diputados y senadores creaturas del Ejecutivo y en las elecciones municipales los escándalos han rebasado los límites de lo tolerable y aun de lo verosímil.

En materia electoral, ha imitado usted con maestría y en muchos casos superado a su antiguo jefe Porfirio Díaz.

Pero ¿qué digo? En algunos estados no se ha creído necesario tomarse siquiera la molestia de hacer elecciones. Allí siguen imperando gobernadores militares impuestos por el Ejecutivo federal que usted representa, y allí continúan los horrores, los abusos, los inauditos crímenes y atropellos del periodo preconstitucional.

Por eso decía yo al principio de esta carta, que usted llamó con toda malicia, al movimiento emanado del Plan de Guadalupe, revolución constitucionalista, siendo así que en el propósito y en la conciencia de usted estaba el violar a cada paso y sistemáticamente la Constitución.

No puede darse, en efecto, nada más anticonstitucional que el gobierno de usted; en su origen, en su fondo, en sus detalles, en sus tendencias.

Usted gobierna saliéndose de los límites fijados al Ejecutivo por la Constitución: usted no necesita de presupuestos aprobados por las Cámaras; usted establece y deroga impuestos y aranceles; usted usa de facultades discrecionales en Guerra, en Hacienda y en Gobernación; usted da consignas, impone gobernadores y diputados, se niega a informar a las Cámaras; protege al pretorianismo y ha instaurado en el país, desde el comienzo de la era “constitucional” hasta la fecha, una mezcla híbrida de gobierno militar y de gobierno civil, que de civil no tiene más que el nombre.

La soldadesca llamada constitucionalista se ha convertido en el azote de las poblaciones y de las campiñas. Según confesión de los más altos jefes de usted (nada menos que el secretario de Guerra, José Agustín Castro), la revolución se extiende y nuevos rebeldes aparecen cada día, en gran parte debido a los excesos y desmanes de jefes sin honor y carentes de todo escrúpulo, que, olvidando su carácter de guardianes del orden, son los primeros en trastornarlo con sus crímenes y sus actos de vandalismo.

Esa soldadesca, en los campos, roba semillas, ganados y animales de labranza; en los poblados pequeños, incendia o saquea los hogares de los humildes, y en las grandes poblaciones especula en grande escala con los cereales y semovientes robados, comete asesinatos a la luz del día, asalta automóviles y efectúa plagios en la vía pública, a la hora de mayor circulación, en las principales avenidas, y lleva su audacia hasta constituir temibles bandas de malhechores que allanan las ricas moradas, hacen acopio de alhajas y objetos preciosos, y organizan la industria del robo a la alta escuela y con procedimientos novísimos, como lo ha hecho ya la célebre mafia del “automóvil gris”, cuyas feroces hazañas permanecen impunes hasta la fecha, por ser directores y principales cómplices personas allegadas a usted o de prominente posición en el ejército, hasta donde no puede llegar la acción de un Gobierno que se dice representante de la legalidad y del orden.

Y, sin embargo, usted acaudilló a todos esos hombres; usted, su Primer Jefe; usted sigue siendo el responsable ante la ley y ante la opinión civilizada, de la marcha de la administración y de la conducta del ejército, y sobre usted recaen esas manchas y a usted salpica ese lodo.

¡Con cuánta razón los gobiernos extranjeros no tienen confianza en el de usted, y con qué justo motivo el de Francia se ha negado a recibir al enviado constitucionalista, considerándolo como el representante de una facción y no como el funcionario de un gobierno!

Las naciones extranjeras recuerdan la conducta de usted durante el periodo del gran conflicto guerrero, y no tienen para usted sino recelos, desconfianza y hostilidad.

Usted protestó ser neutral, y se condujo como furioso germanizante; permitió y azuzó la propaganda contra las potencias aliadas, protegió el espionaje alemán, obstruccionó y perjudicó el capital, los intereses y las finanzas de los extranjeros hostiles al káiser.

Usted, con sus desaciertos y tortuosidades, con sus pasos en falso y sus deslealtades en la diplomacia, es la causa de que México se vea privado de todo apoyo por parte de las potencias triunfadoras, y si alguna complicación internacional sobreviene, usted será el único culpable.

Usted ha orillado a nuestro país a la ruina en lo económico, en lo financiero, en lo político y en el orden internacional.

La política de usted ha fracasado ruidosamente.

Usted ofreció y anunció que por medio de un régimen dictatorial que disfrazó con el nombre de Primera Jefatura, haría la paz en la República, mantendría la cohesión entre los revolucionarios, consolidaría el triunfo de los principios de reforma.

La paz no se ha hecho, ni se hará nunca con los procedimientos que usted emplea y con el desprestigio que sobre usted pesa. Los revolucionarios, los de la facción constitucionalista, los que usted ofreció unir, están cada vez más desunidos: así lo confesó usted en su último manifiesto, y en cuanto a los ideales revolucionarios, yacen maltrechos, destrozados, escarnecidos y vilipendiados por los mismos hombres que ofrecieron llevarlos a la cumbre.

Nadie cree ya en usted, ni en sus dotes de pacificador, ni en sus tamaños como político y como gobernante.

Es tiempo de retirarse, es tiempo de dejar el puesto a hombres más hábiles y más honrados. Sería un crimen prolongar esta situación de innegable bancarrota moral, económica y política.

La permanencia de usted en el poder es un obstáculo para hacer obra de unión y de reconstrucción.

Por la intransigencia y los errores de usted, se han visto imposibilitados de colaborar en su Gobierno, hombres progresistas y de buena fe que hubieran podido ser útiles a México.

Esos hombres, esos intelectuales, esa juventud pletórica de ideales, esa gente nueva, no mancillada, no corrompida ni gastada, esos revolucionarios de ayer, se han apartado de la cosa pública llenos de desencanto; esos jóvenes que se han iniciado en los grandes principios de la revolución y sienten infinita ansia de realizarlos; esos enamorados del ideal, que hoy llevan el alma impregnada de anhelo por un gobierno serio, honrado, fuerte, impulsado por anhelos generosos y atento a cumplir los compromisos contraídos en hora solemne.

Devuelva usted su libertad al pueblo, C. Carranza; abdique usted sus poderes dictatoriales, deje usted correr la savia juvenil de las generaciones nuevas. Ella purificará, ella dará vigor, ella salvará a la patria.

Y si usted, como simple ciudadano, puede colaborar en la magna obra de reconstrucción y de concordia, sea usted bienvenido.

Pero, por deber y por honradez, por humanidad y por patriotismo, renuncie usted al alto puesto que hoy ocupa y desde el cual ha producido la ruina de la República.

Nuevos horizontes se presentan para la patria. El señor doctor don Francisco Vázquez Gómez, hombre conciliador y atingente, antiguo y firme revolucionario, invita a la unión a los mexicanos, y ha encontrado una fórmula de unificación y de gobierno, dentro de la que caben todas las energías sanas, todos los impulsos legítimos, el esfuerzo de todos los intelectuales de buena fe y el impulso de todos los hombres de trabajo.

Bajo esa nueva dirección se podrá hacer patria, se fundará una paz definitiva, se reorganizará el progreso, se consolidará un gran Gobierno de la unificación revolucionaria.

Y para allanar esa obra que de todas maneras habrá de realizarse, sólo hace falta que usted cumpla con un deber de patriota y de hombre, retirándose de lo que usted ha llamado Primera Magistratura, en la que ha sido usted tan nocivo, tan perjudicial, tan funesto para la República.

Emiliano Zapata.

¡TODO EL PODER AL PUEBLO!

Incendian pobladores ayuntamiento tras asesinato de joven por policías en Guerrero

Policías de Tetipac dispararon contra dos hermanos, uno murió y otro está grave.

Familiares y amigos exigen justicia y atacan cuartel y casa del alcalde

La Jornada On Line

Tetipac. Habitantes de esta localidad guerrerense incendiaron el ayuntamiento, una patrulla y el cuartel de la policía preventiva municipal, además apedrearon la casa del alcalde perredista José Mario Gómez Figueroa, después de que agentes de seguridad locales mataran a balazos a un joven e hirieran de gravedad a otro.

La escalada de violencia se generó después de que los jóvenes se enfrentaran a golpes con los preventivos a unos cuantos metros de la iglesia central, la información fue confirmada por el director de la Policía Investigadora Ministerial (PIM), Erit Montúfar Mendoza.

De acuerdo a la información obtenida, se supo que la escalada violenta comenzó la noche del jueves 9 de abril, cuando los hermanos Mario y Gerardo Figueroa Landa sostuvieron una riña con tres policías preventivos que se encontraban en el centro de la localidad y portaban sus armas de cargo.

Al calor del enfrentamiento y pese a la superioridad numérica, los uniformados no lograron someter a los hermanos y abrieron fuego en su contra dejándolos heridos, para irse a refugiar a su cuartel.

La familia de los agredidos se encargó de trasladarlos a una clínica ubicada en Taxco de Alarcón, pero entrada la madrugada, Gerardo Figueroa falleció, quedando en condiciones delicadas su hermano Mario.

La reacción en Tetipac fue inmediata, ya que familiares, vecinos y amigos de los dos hermanos se dirigieron al ayuntamiento para buscar al alcalde perredista, José Mario Gómez Figueroa, al no encontrarlo procedieron a incendiar parte importante del inmueble.

Posteriormente, la gente se volcó sobre el cuartel de la policía preventiva, donde incendiaron parte de la instalación y retuvieron a cinco elementos de la misma corporación.

En ese grupo se supo que estaban incluidos los tres uniformados que horas antes habían agredido a balazos a Mario y Gerardo Figueroa.

No obstante, aprovechando la confusión y los jaloneos, se supo que los elementos señalados por la gente lograron escapar a bordo de un jeep, llevando consigo las armas de cargo.

Tras consumarse la escapatoria, en medio de un clima de tensión, la población enfiló hacia la casa del presidente municipal, Gerardo Figueroa y al constatar que este no se encontraba en el lugar, procedieron a incendiar la vivienda.

Hasta el cierre de edición, la Policía Ministerial reportó que en Tetipac prevalecía un clima de tensión, la gente seguía reclamando la detención de los tres policías para que se les consigne y someta a proceso.

Los preventivos a los que se responsabiliza de la muerte de Gerardo Figueroa y de haber herido al hermano de este, entrada la noche seguían prófugos.



¡TODO EL PODER AL PUEBLO!