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domingo, 16 de julio de 2017

PRELUDIO: LOS RELOJES, EL APOCALIPSIS Y LA HORA DE LO PEQUEÑO.

12 de abril del 2017.

  Buenas tardes, noches, días, madrugadas.

  Queremos agradecer a las compañeras y compañeros del CIDECI-UniTierra el que, con generosidad compañera, hayan brindado nuevamente éste su espacio para que podamos reunirnos.  Y a los equipos de apoyo de la Comisión Sexta que se encargan del transporte (esperamos que no se vuelvan a perder), la seguridad y la logística en este evento.

  Queremos agradecer también la participación de quienes en estas jornadas nos acompañarán con sus reflexiones y análisis en este seminario que hemos llamado “Los Muros del Capital, las Grietas de la Izquierda”.  Así que gracias a:

Don Pablo González Casanova.

María de Jesús Patricio Martínez.

Paulina Fernández C.

Alicia Castellanos.

Magdalena Gómez.

Gilberto López y Rivas.

Luis Hernández Navarro.

Carlos Aguirre Rojas.

Arturo Anguiano.

Christian Chávez.

Carlos González.

Sergio Rodríguez Lascano.

Tom Hansen.

  También y de manera especial, agradecemos y saludamos a los medios libres, autónomos, independientes, alternativos o como se llamen, a elloas y a su esfuerzo por darle vuelo a la palabra y que lo que aquí se reflexione llegue a otras partes.

-*-

  Hemos decidido iniciar nosotras, nosotros, zapatistas, este seminario o encuentro que forma parte de la campaña mundial “Contra los Muros de Arriba, las Grietas abajo (y a la izquierda)”, para permitir así que quienes nos seguirán en la palabra puedan deslindarse, criticar, o simplemente hacerse los occisos, u occisas, según.

  Por eso estamos solos en esta mesa, sólo acompañados por Don Pablo González Casanova.  Y él está aquí por varias razones: una es que él ya está más allá del bien y el mal, y, lo ha demostrado a lo largo de 23 años, no le ocupa ni le preocupa que lo reconvengan por andar en malas compañías.  Otra razón es de por sí siempre él dice lo que piensa.  Él les puede decir, y dirá verdad, que nunca le hemos impuesto ni la visión ni el enfoque, por eso es que no pocas veces no sólo no coincide con nuestro pensamiento, sino que es bastante crítico.  Tan es así que la clave con la que nos referimos a él en nuestras comunicaciones internas, para que el enemigo no sepa que hablamos de él, es “Pablo Contreras”.  Lo consideramos un compañero, uno más entre quienes somos lo que somos y como somos.  Nos enorgullece la compañía de su paso, su palabra crítica y, sobre todo, su compromiso sin tibiezas ni dobleces.

  Nuestra palabra de hoy la hemos preparado con el Subcomandante Insurgente Moisés de modo que sea hilada, o al menos eso pretende.

  Sé bien que tenemos fama de ser poco serios y bastante irresponsables, además de, claro, irreverentes, empecinados y descaradamente desmadrosos; que luego nos da por contar cuentos cuando la ocasión amerita solemnidad y trascendencia y la academia exige “el análisis concreto de la realidad concreta”.  En fin, que somos transgresores de la responsabilidad, las buenas maneras y la urbanidad civilizada.

  Pero, a pesar de eso, les voy a pedir que se pongan serios porque lo que vamos a decir hoy, provocará un alud de descalificaciones y ataques.

  Bueno, uno más, aparte del ya protagonizado por la histeria ilustrada de la izquierda institucional que, ingenua, piensa que llegará al Poder, ahora sí, porque ha conseguido tempranamente lo que ya se anunciaba, es decir, se ha convertido en un clon de lo que dice combatir, corrupción incluida.  Ese progresismo ilustrado que ha elevado a conceptos de las ciencias sociales categorías tales como “complot”, “mafia del poder” y que prodiga perdones, absoluciones y amnistías cuando de arriba se trata, y sentencias y condenas cuando al abajo se refiere.  Eso sí, hay que reconocer que esa izquierda ilustrada es de deshonestidad valiente, porque no teme hacer el ridículo una y otra vez para convencerse a sí misma y a los feligreses de temporada que “regenerar” es sinónimo de “reciclar” en lo que a la clase política y empresarial se refiere.

  Lo que queremos decirles puntualmente hoy es breve, e iniciaremos expresándolo en algunas de las lenguas originarias que se hacen palabra en nuestro paso:

  Tiene la palabra chol la Comandanta Amada.

  Tiene la palabra tojolabal la Comandanta Everilda.

  Tiene la palabra tzotzil la Comandanta Jesica.

  Tiene la palabra tzeltal la Comandanta Miriam.

  Tiene la palabra castilla la Comandanta Dalia.

  Lo que han dicho las compañeras y compañeros, en español se puede traducir como “Vete a la chingada Trump”, pero no lo voy a decir así para que no me acusen de prosaico y grosero.  Entonces lo traduciremos con un lacónico: “Fuck Trump”.

  Establecido lo más importante y serio que tenemos que decir en este seminario o como se llame esta reunión que, en realidad, tiene como objetivo principal darle a Don Pablo González Casanova un abrazo colectivo, ahora podemos pasar a lo que no es tan importante: nuestro pensamiento.

-*-

LOS RELOJES.

  El tiempo, siempre el tiempo.  Relojes.  Segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años, lustros, décadas, siglos.  El tic tac frenético de la bomba del Capital, el terrorista por excelencia, ahora amenazando a la humanidad entera.  Pero también el tiempo vuelto calendario y modo, según cada quien, según la lucha de abajo y a la izquierda, resistencia y rebeldía.

  Hace 21 años, en los llamados Diálogos de San Andrés, desesperada porque el zapatismo debía consultar hasta el más mínimo acuerdo con los pueblos, la delegación gubernamental cuestionaba a la delegación zapatista sobre sus relojes.  Palabras más, palabras menos, les reclamaban: “Ustedes hablan mucho de que el tiempo zapatista y traen relojes digitales y tienen la misma hora que nuestros relojes”.  Las carcajadas de los Comandantes Tacho y Zebedeo resonaron entonces en el pequeño cuarto donde se realizaban las pláticas.

  Ésa fue la respuesta zapatista al cuestionamiento gubernamental.  En un costado, como miembros de la Comisión Nacional de Intermediación, atestiguaban, entre otros, Don Pablo González Casanova, y un artista de la palabra; el poeta Juan Bañuelos, quien falleció hace unos días y que, en uno de los acompañamientos que hizo con la delegación en el dilatado trayecto hasta La Realidad zapatista, junto al también hoy finado SupMarcos defendió “Los Versos del Capitán” de Pablo Neruda, que alguien atacaba por ser “poesía demasiado política”.  “Eso no es poesía”, argumentaba el de la diatriba, “es un panfleto”.

  Siguió el silencio en el trayecto. Juan Bañuelos miraba las montañas, tal vez hilando en su pensamiento el poema “El Correo de la Selva” en el que, contra lo que se ha dicho, no habla de sí mismo, sino de quien hacía de correo entre la CONAI y el EZLN, arriesgando vida, libertad y bienes en los tiempos aciagos de la traición zedillista de 1995 (uno de sus operadores, Esteban Moctezuma Barragán, es hoy uno de los absueltos y elevado a dirigente estratégico de punta del “cambio verdadero”).

  Por su parte, me imagino que el difunto SupMarcos respiraba aliviado al avistar territorio zapatista y tal vez, en un murmullo premonitorio, recitaba para sí los últimos versos de “La Carta en el Camino” de Pablo Neruda, el poema con el que cierra el libro “Los versos del Capitán”.

“Y así esta carta se termina

sin ninguna tristeza:

están firmes mis pies sobre la tierra,

mi mano escribe esta carta en el camino,

y en medio de la vida estaré

siempre

junto al amigo, frente al enemigo,

con tu nombre en la boca

y un beso que jamás

se apartó de la tuya.”

-*-

  Sobre el tema del tiempo (el “timming” dicen los obesos y perezosos tanques del pensamiento de arriba), nos han querido criticar y catalogar.  Por ejemplo, nos han dicho que, en la era digital, nosotras, nosotros, zapatistas, somos como esos relojes que funcionan con muelles, engranes y resortes, y a los que hay que darles cuerda manual.

  “Anacrónicos”, dijeron.  “El pasado que viene a pedir cuentas”, sentenciaron.  “El rezago histórico”, murmuraron.  “Un pendiente de la modernidad”, amenazaron.

  Bueno, con nuestro acostumbrado sentido de la oportunidad, les decimos que no somos como un reloj de cuerda manual en la era de los smartwatch, que te miden las calorías consumidas y consumadas, el ritmo cardíaco, además de que te dicen si te mueves bien o mal cuando los cuerpos desnudos repiten la, ésa sí anacrónica, ceremonia del encuentro de pieles y humedades.  Son tan modernos y avanzados esos relojes que en ellos, a veces, hasta puedes ver qué hora es.

  Cierto, es ésta una época donde la realidad virtual aventaja con mucho a la realidad real y cualquier imbécil puede simular sapiencia gracias a que las redes sociales le permiten encontrar ecos igualmente necios y cínicos; época donde la pretendida originalidad de la antipatía se anula al hacerse patente que la impertinencia, la ignorancia y la pedantería es una “individualidad” que es compartida por millones de nicknames, como si la estupidez no fuera sino un solitario ser multicuentas, y la misoginia del Calderón y la Calderona tienen sus pares en todo el universo de las redes sociales, incluso en quienes, con maestrías y doctorados en la izquierda bien portada e institucional, se refieren a la posible vocera del Concejo Indígena de Gobierno con el sarcástico mote de “la Tonantzin”.

  Pero lo que en la derecha es delito denunciable jurídicamente, en la izquierda institucional es un gracioso comentario que no merece ser penado, sino celebrado.  Aunque se vista de única e irrepetible, y dirija un suplemento, la imbecilidad es la más común y corriente de las características humanas en el espectro político de un arriba en el que las diferencias se diluyen incluso en las encuestas.

  Pero en esta era tecnológica que nos contempla con reprobación burlona, nosotras, nosotros, zapatistas, somos más bien como un reloj de arena.

  Un reloj de arena que, aunque no pide actualización cada 15 minutos y no requiere tener saldo activo para funcionar, tiene que renovar una y otra vez su limitado conteo.

  Aunque poco práctico e incómodo, como de por sí somos los zapatistas, las zapatistas, el reloj de arena tiene sus ventajas.

  Por ejemplo, en el podemos ver el tiempo transcurrido, ver el pasado, tratar de entenderlo.

  Y podemos ver, también, el tiempo que viene.

  No se puede entender el tiempo zapatista si no se entiende la mirada que le lleva la cuenta en un reloj de arena.

  Por eso, les hemos traído aquí, por esta única ocasión, dama, caballero, otroa, niña, niño, este reloj de arena al que hemos bautizado como modelo “No sabes nada John Snow”.

  Véalo usted, aprecie la perfección en sus líneas curvadas que recuerdan que el mundo no es redondo y sin embargo se mueve, da vueltas, y, como dijo Mercedes Sosa en su tiempo, “cambia, todo cambia”.

  Véalo usted y entienda que no nos entiende, pero que no importa; que, como luego se dice, no hay pedo, porque no es hacia nuestro modo arcaico (que, más que pre moderno, es prehistórico) donde le pedimos que mire, no.  Es más allá hacia donde necesitamos su vigilancia.

  Porque entendemos que a usted le piden que ponga atención a ese breve instante en que un granito de arena llega al reducido pasaje para caer y sumarse a los instantes que se acumulan en eso que llamamos “pasado”.

  Porque eso le insinúan, le aconsejan, le piden, le ordenan, le mandan: viva el instante, viva ese presente que ya puede reducir aún más con la más alta y sofisticada tecnología.  No piense en el tiempo que ya yace en el ayer, porque en el vértigo de la modernidad, es lo mismo “hace un segundo” que “hace un siglo”.

  Pero, sobre todo, no se asome a lo que viene después.

  Y, claro, nosotras, nosotros, a contrapelo, de contreras nomás, de mulas pues (sin agraviar a nadie en particular, cada quien con su cada cual), estamos analizando y cuestionando al granito de arena que, anónimo, está en medio de los demás, esperando su turno para colarse por el angosto túnel, al mismo tiempo que miramos al que yace abajo y a la izquierda en lo que llamamos “pasado”, preguntándose el uno y el otro qué rayos tienen qué ver ellos en esta plática sobre los muros del Capital y las grietas de abajo.

  Y nosotras, nosotros, con un ojo en el gato y otro en el garabato, o sea el perro, con lo que el “gato-perro” se convierte en herramienta de análisis en el pensamiento crítico, y deja de ser la constante compañía de una niña que se imagina sin miedo, libre, compañera.

  Pero no es al zapatismo al que le invitamos tratar de entender o de explicar.  Aunque, claro, si usted quiere reiterar su torpeza, limitación y dogmatismo anti o pro, pues quiénes somos nosotros para impedirlo.

  Y entonces le decimos que no, que no valemos la pena, que el zapatismo es sólo una lucha más entre muchas.  Si acaso la más pequeña en cuanto a su número, su impacto, su trascendencia.

  Aunque, eso sí, acaso la más irreverente si la referimos al enemigo que ha elegido, a su aspiración, su objetivo, su horizonte, su necio empeño en construir un mundo donde quepan muchos mundos, todos, los que están, los que nacerán.

  Y todo esto mientras, con absurda obstinación, volteamos una y otra vez el reloj de arena, como si quisiéramos decirles, decirnos, que eso es la lucha: algo donde no hay descanso, donde se debe resistir y no abrir las puertas de la prudente cobardía que, con el letrero de “SALIDA”, aparecen a lo largo de todo el camino.

  La lucha es algo donde hay que estar atento al todo y a las partes, y estar listas, listos, porque ese último granito de arena no es el último, sino el primero, y que hay que darle vuelta al reloj de arena, porque ahí no está el hoy, sino el ayer y, sí, tiene usted razón, también el mañana.

 Así que ahí tiene usted el secreto del método zapatista para el análisis y la reflexión: ni siquiera usamos un reloj de cuerda manual, sino que es un reloj de arena.

  Claro, se entiende, qué se puede esperar de quienes ahora sostienen que en esta época, además de la lógica del dinero, está globalizada la señora madre de Donaldo Trump porque en todo el planeta se la recuerdan, se la mencionan, es decir, se la mientan.

  O tal vez usamos un reloj de arena porque nuestro afán de entender no es interés académico, científico o descriptivo, o pretendido y torpe tribunal que piensa que sabe todo y puede opinar de todo, porque, es sabido y lo confirman las redes sociales, cualquier tontería encuentra seguidores, y se conforman los rebaños para el pastor que, a su vez, es parte del rebaño de otro pastor y así les va.

  No, nuestro interés es subversivo.  Combatimos al enemigo.  Queremos saber cómo es, cuál es su genealogía, su “modus operandi” podríamos decir siguiendo a Elías Contreras, un finado comisión de investigación del EZLN, que sostenía que el capitalismo era un criminal y que la realidad entera en el mundo era la escena del crimen y como tal debería ser estudiada y analizada.

  Y ahora se me ocurre que las pistas dejadas por Elías Contreras, las dejadas por el ahora finado SupMarcos, las que nosotras, nosotros, zapatistas, les vamos dejando a usted, dama, caballero, otroa, niña, niño, jóvenes aunque no en el calendario pero sí en la mirada, son, todas, señales para un camino.

  Y el truco, la maña como dice el SubMoy, la “magia” como decía el SupMarcos, está en que esas pistas no son para que nos encuentren, nos descubran, nos atrapen.  Son, según este apunte que he encontrado en el baúl de los recuerdos del SupMarcos y que ahora releo desconcertado, para que no sólo encuentren el espejo, sino para que vayan construyendo la respuesta, su respuesta suya de usted, a la pregunta apocalíptica que lo abofeteará en el rostro, sin importar su color, su género o transgénero, su creencia o descreencia, sus filias y fobias políticas e ideológicas, su modo, su tiempo, su geografía.

  La pregunta que anuncia el apocalipsis más terrible y maravilloso: ¿Y tú qué?

  El apocalipsis que, según cuenta la niña autodenominada Defensa Zapatista, es de género.  “Va en su cuenta de los pinches hombres” sentencia cada que puede, venga o no al caso, esta niña que sueña con completar su equipo de fútbol.

  “Ya está cabal todo, aunque el balón está un poco como bollado, como que lo pegaron en su cabeza y la tiene llena de chipotes”, me responde la niña a una pregunta que ni siquiera pensé.

  “Y, claro, falta completar el equipo, pero no preocupas Sup, ya vamos a ser más, de repente dilata, pero ya vamos a ser más”, me dice tratando de tranquilizarme mientras en el caracol esperamos, inquietos, que encuentren al equipo de apoyo que está perdido.

  El Subcomandante Insurgente Moisés murmura “mta, creo que tenemos que hacer un equipo de apoyo para el equipo de apoyo, porque siempre les pasa algo”, mientras Defensa Zapatista trata de convencerme de que busque entre ustedes a prospectos para corretear detrás de un balón deforme por un potrero hoy lleno de garrapatas y una que otra nauyaca, y apenas hace unos días brillando por el agua encharcada de una lluvia a la que, es seguro, le falla el reloj porque nada tenía qué hacer en abril.

  Las indicaciones que recibo de la niña distan de ser sencillas.  El equipo no necesita portero, posición ocupada, lo sé, por un viejo caballo tuerto que se diferencia de los demás en que no tiene lazo, ni marca, ni dueño alguno y mastica despreocupado una botella de plástico vacía en la que ya no se nota la marca de conocido refresco de cola.

  La posición de defensa, es obvio, también ya está cubierta.  Y el equipo tiene un extremo izquierdo que más bien parece un gato… o un perro, que, bueno, ahí va el mouse de la compu del SubMoy, y ahí va persiguiéndolo el Monarca gritando “¡pinche perro!” y la insurgenta Erika aclara que no es perro, y el Monarca “gato, entonces”.  “Tampoco” , dice la Erika que sólo quiere asegurarse de que el gato-perro escape ileso, y lo logra.

  También forma parte de la siempre incompleta alineación el Pedrito, quien, según entiendo por el esquema que Defensa Zapatista despliega frente a mí, es una especie de líbero multi posiciones.  “Es que acaso obedece el Pedrito”, me aclara, “un día quiere ser portero, otro día delantero, defensa que ni lo sueñe” advierte la niña.  Luego añade: “pero así son de por sí los pinches hombres que un rato dicen una cosa y al otro rato anda vete”, mientras me mira con los ojos entrecerrados y pone su mejor cara de “Fuck Trump y hazte a un lado no te vaya yo a salpicar o ahí lo veas si tú también”.

  Antes de salir, Defensa Zapatista me resume: “Oí Sup, no cualquiera, eh, tiene que ser de disciplina y de lucha, porque si no luego se desmayan rápido y en el equipo sólo resistencia y rebeldía”.  Yo no quise desilusionarla, pero tan sólo el requisito de disciplina deja fuera a todos los equipos de apoyo y a todos, todas y todoas loas presentes, empezando, claro, por Pablo Contreras aquí presente.

  Para el finado SupMarcos, según me enteré después de su muerte y rescatando sus letras, el apocalipsis no es el espejo ni la pregunta, sino la respuesta.  “Ahí”, escribió con su torpe letra de niño mal aplicado y reprobado perene en caligrafía, “Ahí es donde el mundo se acaba… o comienza”.

  Ya volveré en otra ocasión sobre estas hojas manchadas de humedad y tabaco que, junto con otras y en un baúl de tela corroída y rota, me entregó el SupMarcos momentos antes de su muerte, con una lacónica sentencia: “Ahí lo veas”.

  La misma frase me la repitió cuando bajaba del templete en La Realidad, aún caliente sobre la tierra la sangre de mi hermano muerto, el maestro Galeano, cuando, como premonición de lo que vendría después, la única luz era la de la lluvia que rompía la lógica de ese mayo ya pasado en calendarios.

  No, no hablaré de ese escrito.  O no todavía.  Tampoco del que acabo de encontrar y que, desafiante, tiene este breve título: “De cómo Durito decidió abrazar la noble profesión de la Andante Caballería y se dio en recorrer el mundo desfaciendo entuertos, socorriendo al desvalido, rescatando al oprimido, apoyando al débil y arrancando suspiros libidinosos en las recatadas doncellas, así como resoplidos de envidia en los machines.  Informes, presupuestos sin compromiso y contrataciones en Hojita de Huapac #69”.

  Sí, coincido con ustedes, es un título tan modesto como su protagonista.

  Pero no se los leeré ahora, y no porque no quiera escuchar las sonrisas que les arrancaría esa historia, escrita con el puño y letra del finado y con la sola aclaración de lugar y fecha: “Campamento Watapil, Sierra del Almendro, abril de 1986” se alcanza a leer, es decir, hará unos 30 años, sino porque ahora no viene al caso o cosa, según.

  Claro, usted se está encabronando porque, piensa, para qué se las estoy dando a desear si ni-mais-palomas-naranjas-podridas-niguas-nones-nel-pastel, que ahorita no les voy a leer la historia de título tan breve como clarificador, pero déjeme decirle que esos papeles encontrados en el baúl del SupMarcos me hicieron recordar algo ocurrido cuando no se cumplía aún, en el reloj de La Realidad, la hora de su muerte:

  El SupMoy y el ahora finado SupMarcos regresaron de la reunión con el Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del EZLN, celebrada en uno de los galerones del caracol de La Realidad, y me mandaron llamar.

  Yo entendí que había llegado la hora en los dos relojes que el ahora difunto portaba desde el primero de enero de 1994.  Porque yo sabía que su muerte se había ya decidido, pero no el cuándo.  El que me mandaran llamar sólo significaba una cosa: el fallecimiento era inminente y me daría él las últimas instrucciones antes de mi nacimiento.

  El SupMoy se tuvo que retirar y quedé solo con el SupMarcos.

  Él me entregó una pequeña maletita de tela, vieja y mal parchada, sin decirme nada más.

  Yo pregunté qué hacía con eso y él sólo me respondió que yo sabría qué hacer llegado el momento.  Asentí en silencio.

  Después me dio las indicaciones de la ubicación de un buzón de montaña donde, me dijo, tenía guardados varios libros.

  Ahora me vienen a la memoria: las antologías poéticas de León Felipe y Miguel Hernández, el Romancero Gitano de García Lorca, los dos tomos del Quijote, “Los versos del capitán” de Pablo Neruda, una edición bilingüe de sonetos de William Shakespeare, “Historias de Cronopios y de Famas” de Julio Cortázar, y otros que ahora no recuerdo.

  Se me hizo raro que en su última voluntad, tuviera lugar en su pensamiento para recomendar el rescate de unos libros que, lo más probable, ya estarían hechos pedazos por la humedad y la hormiga arriera.

  Debo haber hecho algún gesto porque él se sintió obligado a explicar: “No hay soledad más desesperanzadora que un libro sin quien lo lea”.

  Yo no dije nada, sólo escribí en clave los datos del buzón.

  Luego, él me pregunto como de por sí era su modo en las indicaciones finales: “¿Dudas, preguntas, angustias, inconformidades, mentadas de menta o de las otras?”.

  Quedé pensando.

  “Tengo pregunta”, le dije, pero no porque la tuviera,  sino para darme tiempo y poder pensar algo.

 Él aguardó en silencio.

  Y no sé por qué le pregunté de Durito.

  Si, ya lo sé, debería haberle preguntado otras cosas, por ejemplo, las razones de su muerte, o la siempre urgente pregunta de “¿qué sigue?”.  Pero no, le pregunté de Durito.

  ¿Por qué elegiste como personaje a un insecto?  Lo del Viejo Antonio lo entiendo, lo mismo con los niños y niñas, pero ¿un insecto?  Y peor, ¡un escarabajo!  Los escarabajos que hay acá son de los que hacen su nido con estiércol y ahí tienen sus crías.

  Él encendió la pipa y respondió entre bocanadas de humo:

  “En primer lugar, como te enterarás en unos minutos, ellos no son los personajes, sino yo.  Y en lo que se refiere a Don Durito, pues es el pequeño, débil e insignificante que se levanta, se rebela y desafía todo, incluido su destino impuesto.”

  “En lo que se refiere al estiércol, los escarabajos no son los únicos que en estas tierras trabajan con estiércol y hasta lo usan para sus casas.  También los indígenas.  Bueno, eso antes de nuestro alzamiento.”

  Sí, hablamos de otras cosas, pero no porque fuera un interrogatorio, sino porque el inicio del funeral se iba retrasando y el SupMarcos de por sí así hacía, que mientras pensaba en algo se ponía a platicar de cualquier cosa o de lo que le preguntaban, como si necesitara ocupar su pensamiento en varias cosas a la vez para poder resolver la principal.

  De ésas otras cosas, no sé, tal vez, es un supositorio, ya les contaré en otra ocasión.  O no, saber.

  Pero lo de la liga entre el escarabajo y los indígenas zapatistas, tal vez lo entiendan mejor en las historias que ahora siguen en la voz del SupMoy.

  Le paso entonces la palabra a nuestro jefe y vocero, el Subcomandante Insurgente Moisés, quien recién viene de lo más profundo de la selva lacandona, a donde fue para explicarnos por qué el mundo capitalista semeja una finca amurallada.

Muchas gracias.

SupGaleano.


México, abril del 2017.


¡TODO EL PODER AL PUEBLO!

KAGEMUSHA: ABRIL TAMBIÉN ES MAÑANA.

12 de abril del 2017.

Hace unos meses, el Subcomandante Insurgente Moisés me dijo una síntesis de lo que ahora les ha contado a ustedes con más extensión y sustento.

  Tal vez sin proponérselo, había él detectado una línea de tensión entre el pasado y la tormenta que ya está.

  Esa madrugada, después de escuchar las historias que, en voz del SupMoy, contaron los más antiguos de nuestros compañeros, regresé a mi champa.  De todas formas una lluvia, fuera de temporada, comenzaba a azotar el techo de lámina y era ya imposible escuchar nada que no fuera la tormenta.

  Volví a hurgar en el baúl que me encargó el SupMarcos porque me pareció haber visto un texto que algo podría referir a lo que acababa de escuchar.

  Revisar esos escritos no es fácil, créanme.  La mayoría de los textos que se amontonan con desorden dentro del recipiente van del año 1983 al primero de enero de 1994, y, cuando menos hasta 1992, se ve que el Sup no sólo no tenía computadora, tampoco una máquina de escribir mecánica.  Así que los textos están manuscritos en hojas de todos los tamaños.  La letra del finado distaba de ser legible de por sí, así que agregue usted a eso la mella del tiempo en la montaña, la humedad y las manchas y quemaduras de tabaco.

  Hay ahí de todo.  Por ejemplo, encontré el original manuscrito de las órdenes operativas para las distintas unidades militares zapatistas la víspera del alzamiento.  No sólo vienen las plantillas de las unidades, también cada operación detallada con una minuciosidad que devela una preparación de años.

  No son ésos los apuntes de un poeta extraviado en las montañas del sureste mexicano, o de un contador de historias.  Son escritos de un soldado.  No, más bien de un mando militar.

  Pero sí, abundan y redundan también cuentos e historias, hay muy pocos poemas y contados son los análisis políticos y económicos.

  Bueno, más que análisis, se trata de esquemas y temas como punteados, como si fueran a ser desarrollados luego, o completados, o corregidos.  He identificado varios de ellos con algunos que fueron hechos públicos luego, aunque ya pulidos.

  Pero no es eso lo que busco.  Las historias que recabó el SupMoy me recordaron que algo había, en este montón desordenado de papeles e ideas, sobre la genealogía de la lucha anticapitalista.

  Aquí está.  Éste si es de después del inicio de la guerra porque está impreso y la tipografía es la de un procesador de textos.

  Por lo que dice, debe haber sido escrito hace unos 20 años, cuando los zapatistas hicieron públicos algunos análisis más profundos sobre lo que acontecía y lo que preveían seguiría después.  Bueno, al menos las primeras líneas, porque algo parece que es de un período posterior.

  El texto tiene un título desconcertante pero que se acomoda conforme se avanza en la lectura.  Se llama “Abril también es mañana”  Y le siguen lo que parecen puntos a desarrollar, aunque incompletos en ese momento.

  La mayoría de los planteamientos aparecieron ya desarrollados en textos que fueron hechos públicos alrededor de los años 1996-1997, así que no los aburriré de nuevo repitiéndolos.  Los principales han sido agrupados ahora en un libro llamado “Escritos sobre la guerra y la economía política”, elaborado por la editorial “Pensamiento Crítico Ediciones”.  Si alguien le interesa conocer más sobre eso, este libro podría servirle.  O puede consultar también la página electrónica de Enlace Zapatista.

  La parte que me interesa mostrarles no aparece en ninguno de esos escritos públicos y, aunque medianamente desarrollada en su redacción, se alcanzan a vislumbrar en ella una serie de reflexiones sobre la ciencia social, es decir, la economía política, así como sobre el añejo y actual reto de la teoría y la práctica.

  Les leo:

            .- Las etapas posibles del capitalismo.  Más que en una definición científica, el planteamiento de que el imperialismo era una fase superior del capitalismo, se convirtió en un plan de acción para las luchas en todo el mundo.  De ser “una fase superior”, se concluyó que el imperialismo era “la última fase” del capitalismo.

            .- Sobre esa base se estableció una especie de división internacional no del trabajo sino de la lucha anticapitalista.  En los llamados países del Tercer Mundo, que no contaban con una industria desarrollada y, por lo tanto, carecían de una clase obrera sólida, la lucha por el socialismo debía pasar por una lucha nacionalista, antiimperialista, y anticolonial, y sólo así podrían aspirar a ser “anticapitalistas”.  Se establece que la lucha contra el capitalismo y por el socialismo pasa necesariamente por la lucha por la liberación nacional.  Eso al menos en los llamados países del tercer mundo.  Para poder transitar al socialismo, las naciones debían librarse primero del yugo neocolonial, el impuesto por el imperialismo norteamericano en ese caso.  No era posible la construcción del socialismo en un solo país, mucho menos si el país era uno subdesarrollado.  La revolución socialista o era mundial o no lo era.  El análisis científico se convirtió entonces en una especie de comando central de la revolución mundial y se instaló en la URSS.  De ahí partían las estrategias y tácticas para las luchas anticapitalistas en todo el mundo.  Quien acataba las órdenes, recibía el beneplácito de la “vanguardia” mundial.  Para quien no, para quien pretendía construir su propio camino, es decir, su propia lucha, había la condena, el ostracismo y la etiqueta de moda para descalificar.

  La ciencia de la historia, la economía política, dejó de ser ciencia y abandonó el análisis científico, supliéndolo por la consigna.  Si la realidad no coincidía con la visión del Comité Central, la realidad era catalogada como reaccionaria, pequeño burguesa, divisionista, revisionista, y muchos “istas” semejantes.  El pensamiento crítico pasó del análisis a la justificación,  y los tropiezos y errores se cubrieron con la coartada del enfrentamiento con el imperialismo norteamericano.  El simplismo de un mundo bipolar invadió a la ciencia social y, al igual que las fuerzas políticas y los gobiernos, tomó partido por uno de los dos grandes y únicos contendientes.  La inteligencia fue derrotada y la mediocridad se instaló cómodamente.

            .- Mediando el siglo XX, todos estaban contentos y tranquilos.  El mal llamado “bloque socialista” se enfrascaba en lo que nosotros llamamos la tercera guerra mundial.  En Asia, África y particularmente en América Latina, las luchas transcurrían sin mayor relevancia para esa guerra, la que importaba, y las organizaciones partidarias de la izquierda de entonces eran conminadas a dirigir sus esfuerzos principales al apoyo del Bloque Socialista.  Todo intento de lucha debía tener el visto bueno de los tanques, pensantes y no, que, en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, redactaban manuales que, más que simplificar, amordazaron el desarrollo de la ciencia social.  Como si fuera en las olimpiadas, en la ciencia social se competía no por mejor entender lo que ocurría y lo que vendría, sino por más alto y más veces levantar la bandera propia, fuera la de las barras y las estrellas, fuera la de la hoz y el martillo.

  En el escenario mundial todo parecía previsible y sencillo… pero en eso llegó Fidel.  Y “la problema”, como dicen los compas, es que no llegó solo, sino que traía de la mano a un tal Camilo que en el apellido llevaba la definición; y, con ese tremendo par, llegaba también un argentino-médico-fotógrafo-asmático, sin nombre relevante en el árbol genealógico de la revolución mundial y sin cargo alguno en ninguna estructura.  Apenas unos meses después el planeta entero lo conocería con sólo tres letras: Che.

  Luego pasó lo que pasó, y la luz que iluminó el Caribe en esos primeros años de la década de los 60´s se convirtió, sin proponérselo, en un virus que contaminó el continente.  Después de un largo calendario de derrotas en ese dolor llamado Latinoamérica, un pueblo entero se organizaba y cambiaba de destino y extendía su nombre.

  Desde la fracasada invasión mercenaria con patrocinio norteamericano, Cuba se llamó Fidel y Fidel Castro tuvo a “Cuba” como apellido de resistencia y rebeldía, de lucha.

  El país más pequeño, el más despreciado, el más humillado, se levantaba y, con su acción organizada, cambiaba la geografía mundial.

  El estadista que el pueblo cubano puso al frente, en unos cuantos años prácticamente borró a los demás “líderes mundiales” y, como debe de ser, en torno a su figura se convocaron los extremos: los pocos para adular, los más para atacar.

  Sólo unos cuantos miraron y aprendieron que algo nuevo había surgido y que la revolución cubana no sólo había roto el dominio que sobre la América entera imponía el imperio de las barras y la estrellas, el “norte revuelto y brutal”.

  También había hecho pedazos la ya entonces acartonada teoría social que era pastoreada por los comisarios que, en todo el espectro político, son la constante y nunca la excepción.

  Todavía, casi 60 años después, no falta algún viejo comisario que, “heroicamente” atrincherado en la academia y ahora con las redes sociales como arma, pretende dictarle al pueblo de Cuba lo que debe o no hacer y deshacer.

  Ajeno a las masturbaciones teóricas de la tibia academia, el pueblo de Cuba inició su largo camino de resistencia, y fue avanzando en condiciones adversas sin precedentes.

  Todavía hoy sigue padeciendo el bloqueo económico más extenso e intenso en la historia mundial.  Y no sólo, también ha resistido ataques terroristas, ha sido invadido militarmente, le ha propinado al soberbio tío Sam su primera derrota en el continente, y, con todo en contra, ha construido su propio destino.

  Pero no sólo ha recibido los ataques de la derecha mundial, también la izquierda bien portada ha arremetido contra ese pueblo, socorrida de clichés y lugares comunes que obvian no sólo la realidad cubana, también y sobre todo su heroico esfuerzo para levantarse de sus errores y fracasos.

  Con el único objetivo de hacerse agradable a la derecha, la izquierda institucional en todo el mundo ha atacado a la revolución cubana repitiendo los dichos de la derecha y siguiendo la moda en turno.

  Es tan consistente la resistencia del pueblo de Cuba, que la histeria intelectual que abunda y redunda en este roto país que se llama “México”, seguramente diría que se ha mantenido porque es una creación de Salinas, y a que es apoyada por la “mafia del poder”.

  Días después de ese relámpago de habilidad militar y convicción que le dio nuevo significado a un pequeño territorio y acomodó el nombre de “Playa Girón” en el casi vacío estante de victorias de la izquierda mundial, en aquel primero de mayo de 1961 el pueblo de Cuba decía, por la voz enronquecida de un barbón enfundado en su traje verde olivo de combate, las siguientes palabras:

 “Si a Mr. Kennedy no le gusta el socialismo, bueno, a nosotros no nos gusta el imperialismo, a nosotros no nos gusta el capitalismo.  Tenemos tanto derecho a protestar de la existencia de un régimen imperialista y capitalista a 90 millas de nuestras costas, como él se puede considerar con derecho a protestar de la existencia de un régimen socialista a 90 millas de sus costas.

  Ahora bien, a nosotros no se nos ocurriría protestar de eso, porque eso es una cuestión que les incumbe a ellos, una cuestión que le incumbe al pueblo de Estados Unidos.  Sería absurdo que nosotros pretendiéramos decirle al pueblo de Estados Unidos qué régimen de gobierno es el que debe tener, porque en ese caso nosotros consideraríamos que Estados Unidos no es un pueblo soberano y que nosotros tenemos derecho sobre la vida interior de Estados Unidos.

  El derecho no lo da el tamaño, el derecho no lo da el que un pueblo sea mayor que otro, ¡eso no importa!  Nosotros no tenemos sino un territorio pequeño, un pueblo pequeño, pero nuestro derecho es un derecho tan respetable como el de cualquier país, cualquiera que sea su tamaño.  A nosotros no se nos ocurre decirle al pueblo de Estados Unidos qué régimen de gobierno debe tener.  Luego es absurdo que al señor Kennedy se le ocurra decir qué régimen de gobierno es el que quiere que nosotros tengamos aquí, porque es una cosa absurda; eso nada más se le ocurre al señor Kennedy, porque no tiene un concepto claro de lo que es la ley internacional y la soberanía de los pueblos.

  El texto sigue con una extensa reflexión sobre la ciencia social y el pensamiento crítico.  Pero me detengo ahora señalando que bien puede usted intercambiar el nombre de “Kennedy” por el de “Trump” y verá que en esas palabras había no una declaración coyuntural, sino una declaración de principios.

  Detuve la lectura y miré entonces el reloj de arena.

  Se me ocurrió que tal vez no es cualquier arena la que contiene.  Y tal vez no es cualquiera porque esta arena tal vez viene de una playa reiterada en la historia de lucha y resistencia de la humanidad contra el capitalismo.

  Tal vez la arena que fluye de uno a otro lado de este reloj, viene de un lugar del continente americano y su geografía la ancla en una isla que se estira en el Caribe, como caimán rebelde que se niega a ser sometido y por eso endurece la piel y la mirada.

 Tal vez, se me ocurre ahora, la arena de este reloj de arena es arena de Playa Girón, que así se llama esa grieta en el muro del Capital y que, con su persistencia, nos enseñó a todos que el grande y poderoso puede ser derrotado por el pequeño y débil cuando hay resistencia organizada, necio empeño y horizonte.

-*-

  Déjenme decirles que el finado SupMarcos, y no sólo él, sentía una gran admiración por el pueblo de Cuba y un profundo respeto por Fidel Castro Ruz.

  En aquella plática informal que tuvimos horas antes de su muerte, la palabra recaló en el tema militar.  Me contó que él consideraba que la historia militar de lucha de los pueblos era poco conocida.  Se refirió entonces a la llamada Batalla de Zacatecas y a la Toma de Ciudad Juárez, ambas conducidas por Francisco Villa.  Me contó que él tomo prestada la concepción que implementó el General Villa para tomar Ciudad Juárez y con ella diseñó el inicio del alzamiento.  “Para la batalla de Zacatecas no me faltaba caballería”, dijo bromeando, “sino planada”.

  En lo internacional, contra el común de la izquierda, su referencia no era la batalla de Leningrado, sino la Batalla de Santa Clara, conducida por el Che, la de Cuito Cuanabale que dirigió Fidel Castro, y la de Playa Girón, también comandada por Fidel Castro.

  Aproveché para preguntarle por qué, siempre que nombraba a Fidel Castro, no decía “Comandante” si toda la izquierda latinoamericana lo hacía.  Así me respondió:

  “El que todos así lo llamaran pudiera bastar, pero no es por eso.  Nosotros somos un ejército y cuando decimos “comandante” decimos mando.  Y a nosotros no nos manda nadie, como no sean nuestros pueblos.  Pero Fidel Castro no necesita que nosotros le digamos así.  A él su pueblo le ha dado ese grado y no necesita más.”

  Se siguió contándome sobre Playa Girón y, con admiración, narraba la ocasión en que Fidel Castro discute y manotea con sus oficiales porque no lo dejan avanzar hacia Playa Girón a combatir contra los mercenarios.  “Imagínate”, me dijo riendo de buena gana, “Fidel contra todo su Estado Mayor.  Él emperrado en que quiere estar en el frente de combate y los demás en que no, que tiene qué cuidarse.  Y, ¿sabes?, Fidel Castro no argumentó que era su deber, les dijo que era su derecho.”  Encendió su pipa el finado y, después de la primera pitada la levantó como si brindara y dijo: “Por supuesto que la discusión la ganó Fidel”.

  Luego, dando por terminado el tema, añadió: “Fidel Castro es el Maradona de la política internacional.  Y nunca le van a perdonar los goles que le metió a quien se atrevió a enfrentarlo”.

  Recordé las palabras del difunto SupMarcos cuando leía sobre lo que el famélico espectro político de Latinoamérica opinó sobre la muerte de Fidel Castro.  La reiteración en la derecha, y en la izquierda bien portada, de reproches y supuestas críticas.  La derecha que nunca le perdonará las derrotas que les propinó, y la izquierda institucional que no lo absolverá de haber sido todo lo que ella, en su mediocridad, nunca llegará a ser.

  También están los mediocres que ahora dictan juicios y sentencias y simplemente no pueden explicar por qué, si era un dictador, la mayor potencia mundial no pudo organizar una rebelión popular, y optó por los atentados terroristas para anularlo.

  Lejos de la películas de ficción y series televisivas, donde los servicios secretos norteamericanos acaban con los malos armados sólo con un lapicero, fracasaron en Cuba sencillamente porque “Comandante Fidel” era el nombre, la imagen y la voz que ese pueblo tomaba para reafirmar lo que todo el tiempo y en contra de todo construía: su libertad.

  Y el dinero buscó y busca y siempre encuentra psicópatas dispuestos a vender su sed de sangre y destrucción.  Siempre encontrará a los Mas Canosa, a los Posada Carriles, aunque, en otra geografía y calendario, se llamen acá Felipe Calderón Hinojosa o como su antes esposa y ahora pretendida amasia Margara Zavala; o como Mauricio Macri en Argentina; o como Temer en Brasil, o como Leopoldo López en Venezuela.  Políticos, psicópatas y corruptos todos ellos, siempre dispuestos a que otros mueran y ellos cobren.

   Les cuento esto no sólo porque el tema toca lo pequeño que se rebela y se alza rompiendo moldes impuestos, también por lo que ahora les narro: me tocó reportarme con el Subcomandante Insurgente Moisés en una de nuestras posiciones, precisamente unos días después de la muerte de Fidel Castro.

  Cuando llegué, la insurgenta Erika me dijo sin poder contener las lágrimas: “Se murió el Fidel Cuba”.  Así dijo.  La revolución cubana tiene 58 años resistiendo contra todo, la insurgenta Erika debe andar por los veintitantos, nunca ha salido de estas tierras, aprendió el español en un campamento de montaña, batalla con las matemáticas y las palabras “duras”, y, a pesar de eso, o precisamente por todo eso, ha sintetizado en dos palabras toda una historia de lucha, de resistencia y rebeldía.

  Y vengo a hablarles de Cuba, es decir, de Fidel Castro, y de Fidel Castro, es decir, de Cuba, por la sencilla razón de que ya no hablan de él.  Tal vez porque piensan que ha muerto y, con él, la Cuba rebelde.  En lo que se refiere a Fidel Castro Ruz, sólo les decimos: “si no lo pudieron matar cuando estaba vivo, menos van a poder ahora que ha muerto”.

  Todo esto viene al caso, o cosa, según, porque es cierto, el difunto SupMarcos tenía razón: Abril también es mañana.

-*-

  Volviendo a aquella ocasión, como el tiempo se alargaba, seguí platicando con el finado SupMarcos cuando todavía no estaba finado.  El tiempo en La Realidad zapatista había entrado en ese ritmo en que parece que el día tiene prisa por irse y la noche sigue de perezosa.  Me parece que todo lo operativo de ese día 24 de mayo del 2014 lo estaba resolviendo el Subcomandante Insurgente Moisés, pues al SupMarcos nadie se le acercaba con informes o preguntas.  Como si el SubMoy estuviera haciendo todo lo posible para que el SupMarcos pasara tranquilo sus últimos minutos.

  Como seguíamos ahí, esperando, le pregunté por qué decía eso de que él era el personaje y no Durito, el Viejo Antonio y los otros seres que poblaron sus relatos.  Claro, todavía no conocía yo, ni nadie, el texto que leería la madrugada siguiente y que se titula “Entre la luz y la sombra”.

  Antes de responderme, el Sup miró ambos relojes.

  Nunca antes había hecho eso.  Siempre o consultaba uno o checaba el otro, dependiendo siempre de la situación.

  Después de confrontar ambos relojes, suspiró profundamente y me preguntó:

  “¿Qué es lo que no entiendes?”

  “Eso”, le respondí, “porque entonces ¿quién eres? o más bien ¿quién has sido?”.

  Entonces se cuadró e inclinando la cabeza, paradójicamente tratando de imitar el tono de voz de los serios y formales samuráis de Akira Kurosawa, dijo:

  “Kagemusha”.

  Y digo que paradójicamente, porque el SupMarcos bromeaba de todo y de todo se burlaba, sobre todo de sí mismo.

  Yo puse la misma cara que ustedes están poniendo ahora.

  “¿Qué diablos es eso de Kagemusha?”

  “Un señuelo”, me respondió, “un distractor, una sombra, la sombra del guerrero”.

  Entendí entonces el por qué, en sus últimos textos, había aparecido de pronto un nuevo personaje: “Sombra, el guerrero”.

  “¿Y entonces?”, pregunté porque sí.

  “Entonces nada, alguien tenía que hacerlo y a mí me tocó”.

  “¿Y entonces que vas a hacer?”, le insistí.

  “Morirme”, me respondió mientras se colocaba el pasamontañas.  Se acomodó entonces la gorra, encendió la pipa y, dirigiéndose a la guardia que resguardaba la puerta, ordenó por última vez: “Dile al SubMoy que estoy listo”

-*-

  Viene la tormenta.

  Una y otra vez, el dinero tratará de romper la historia que importa.  Y una y otra vez, será vencido.  Como en un mes de abril de hace ya 56 años, en Playa Girón, generaciones enteras se arrancarán los juegos de un tirón y se levantarán desafiando el destino que se les impone.

  Ese día volverán a escucharse, aunque con otra voz, las palabras que el pueblo de Cuba dirigió a quienes pretendieron doblegarlo:

  “Tampoco escaparán al veredicto de la historia, que no será un simple veredicto de palabra, sino el veredicto que marca inexorable el destino de los explotadores de todo el mundo, como un reloj que le dice  “tus días están contados, el fin de tu sistema explotador se acerca“.

  Cuba pervivirá.  Los pueblos originarios pervivirán.  La humanidad pervivirá.

  Y cuando se diga “Patria”, se dirá “mundo”, se dirá “casa”, se dirá “vida”

  Cierto, no habrá relámpagos más fieros, ni tormenta más grande, pero al final, esta tierra se levantará y con ella sus mujeres, sus hombres y quienes son lo que son sin ser ni uno ni otra.

  La memoria no olvidará, pero no habrá celebraciones.

  No porque no valdrá la pena, sino porque la vida entera será entonces lo que siempre debería ser, es decir, una celebración.

  Y cuando ese mañana llegue, yo, nuevo Kagemusha nómada, sólo lamentaré no estar presente para mirarles burlón y decirles:

“Odio decir que se los dije, pero se los dije”.



Gracias, no muchas, pero siempre sí unas pocas bastantes.

SupGaleano.

Abril del 2017.


¡TODO EL PODER AL PUEBLO!

domingo, 9 de julio de 2017

¿Qué sigue? II. Lo urgente y lo importante.

3 de enero del 2017.

Les he estado escuchando. A veces cuando estoy aquí, con ustedes, a veces en el stream del Cideci, a veces con lo que me comentan sus alumnas y alumnos zapatistas.

En todo momento trato de captar el sentido de sus exposiciones, el rumbo y la dirección de su palabra. Hemos escuchado exposiciones brillantes, didácticas unas, complejas otras, polémicas las más, pero en y sobre las que se puede debatir. Deben hacerlo, pensamos, entre ustedes. Para esa discusión, tal vez les ayudaría en algo aclarar la confusión que existe entre ciencia y tecnología.

Por lo demás, estamos tan sorprendidos como ustedes. El interés por la ciencia no es algo que se haya ordenado o impuesto, nace desde dentro.

Cuando hace 23 años, el feminismo venía a reclamarnos que debíamos ordenar la liberación de las mujeres, les dijimos que eso no se ordena, sino que es propio de las compañeras. La libertad no se ordena, se conquista. Dos décadas después, lo que han logrado las compañeras apenaría a quienes entonces se decían la vanguardia del feminismo.

Igual ahora, la ciencia no se impone. Es producto del proceso de los pueblos, tal y como ya lo explicó el Subcomandante Insurgente Moisés.

Les dije que la mayoría de sus participaciones nos han parecido buenas, pero bueno, de lo que algunos, muy pocos, expusieron, pues no sé cómo decirles.

Alguno me admiró, escuchaba yo con atención y esperaba que en determinado momento nos diría: “todo esto que les dije, es un fraude, se los platiqué para que vean como es la pseudo ciencia y para que no se confíen en el principio de autoridad, de que sólo porque alguien tiene estudios quiere decir que lo que dice es científico”. Pero no, siguió hasta terminar.

Le escudriñé el rostro para ver si sonreía con malicia, y no. Estaba sinceramente convencido de las barbaridades que expresó, y recibía agradecido los aplausos que la banda que trajo, y a quienes engatusó en la galería, le daban.

Cuando una compañera insurgenta escuchó eso de que ya no hay que hacer bebés, que mejor adoptar, porque ya hay mucha gente en el planeta, me dijo: “entonces ahí nomás se acaba la gente, no se necesita la Hidra, basta con esa idea. Y eso es idea de ricos; aunque sea uno o dos, ya son demasiados ricos y sobran, son los que estorban y no sirven. Esa idea que dijeron nos dice que no hay que luchar por hacer otro mundo, sólo tenemos que tomar anticonceptivo”.

Les voy a contar lo que alguien, a su vez, me narró de hace tiempo, cuando el mundo era como una manzana esperando el mordisco del pecado original.

Había un hombre que explicaba lo que hacía para vivir. Él usaba el método, decía, de “la víbora boa”. Tenía un su acompañante. Juntos, envasaban vaselina en frasquitos y les ponían etiquetas en las que se leía “Pomada Todotodo” y en letra minúscula se podía saber que esa pomada curaba todo, desde el Alzheimer hasta el mal de amores, pasando por la polio, la tifoidea, la caída del cabello, el mal de ojo, las muelas picadas, el mal olor de los pies o de la boca, y otros males que ahora no recuerdo.

Lo que hacía esa persona es lo siguiente: se paraba en una esquina y se ponía a vociferar en contra de los zoológicos y los circos, que pobres animalitos, que estaban encerrados y así. Y anunciaba: “Por eso les vamos a mostrar una víbora boa, de 7 metros de largo, que encontramos en las alcantarillas, y que rescatamos y cuidamos, y ahora les mostramos a usted, dama, caballero, joven, señorita, niño y público en general.”

La gente se acercaba curiosa, y más porque no se veía la víbora por ningún lado, sólo una especie de maletín lleno de frasquitos de la pomada “Todotodo”.

Cuando consideraba que había gente suficiente, se volteaba hacía su ayudante y decía en voz alta: “¡Secretario, trái-ga-me la víbora!”. El cómplice asentía con la cabeza y salía corriendo a saber dónde.

El hombre veía a su ayudante alejándose. Eligiendo al azar, le comentaba a alguna persona cercana: “Parece mentira, pero ahí como lo ve, ese pobre muchacho no podía moverse hace apenas unas semanas, ni con bastón, sólo con silla de ruedas. Y mírelo ahora. Hasta parece un milagro, pero no. Resulta que, para mi suerte, encontré la fórmula científica de un medicamento que lo curó. Mire, le voy a mostrar”.

Claro, el comentario era “inocente” y supuestamente iba dirigido sólo a una persona, pero lo había hecho de modo que varios lo escucharan. Se dirigía entonces al maletín y tomaba un frasquito y le decía a la persona primera: “Mire, esto es de lo que le hablaba”. La persona tomaba el frasco y leía la inscripción, mientras el hombre se desentendía, como acomodando los frasquitos, mirando hacia donde se había ido su ayudante y comentando como para sí: “¿por qué tardará tanto este muchacho?, ojalá no se le haya escapado la víbora boa porque si no, mañana sale en las noticias y pobre animalito, tal vez se lo llevan a encerrar o lo convierten en bolsas y zapatos”.

Mientras tanto, la persona inocente que recibió el frasco, se lo mostraba a la de junto y le comentaba lo del muchacho que fue por la víbora. En pocos minutos, el frasco ya ha recorrido a unas 10 personas, y el hombre dice entonces: “A ver ya devuélvanle su medicina a la dama, caballero, joven, señorita”, según, y agregaba, “quédelo, se lo regalo, pruebe y ya verá”.

Entonces otros se acercaban pidiendo su muestra gratis, el hombre, apenado, se disculpaba: “No, lo lamento, no puedo regalarles a todos, este es un pedido especial para la Secretaría de Salud. Bueno, pero es mejor que lo aprovechen ustedes y no esos desgraciados del gobierno, sólo denme unos 10 pesos para fabricar y reponer lo del gobierno”.

Bastaba que se acercaran unos 5, para que otros más se sumaran, y al poco tiempo ya tenía alrededor una aceptable cantidad de personas. La misma gente comentaba entre sí de qué se trataba, y el hombre, fingiendo desapego, sólo se limitaba a cobrar, mientras se lamentaba del retraso de su “secretario” y la mentada víbora boa.

Era cuestión de minutos, y el ayudante regresaba todo agitado y preocupado, y algo le decía al hombre en voz baja, él sólo decía “dios mío, ¿de veras?, ¿estás seguro?” Entonces recogía rápidamente su maletín ya vacío o casi, y dirigiéndose a la gente les decía: “Pélense, se escapó la víbora y ahí vienen la patrulla y los granaderos”, y corrían asustados. La alarma se generalizaba, y la gente también se dispersaba.

Le pregunté cuánto le costaba hacer la mentada medicina. Me dijo que los frasquitos los recogían de la basura, y la vaselina, pues le salía como un peso por frasquito. Se ganaba con ese método unos 100 pesos al día, cuando el salario mínimo era de $ 8.00 diarios.

Bueno, sólo les quiero decir, a quienes nos quisieron aplicar ese método en este encuentro, que, aunque tengan grado académico, no les compramos sus frasquitos. Creo que tienen que buscar otra esquina para ofrecer su mercancía chafa.

-*-

Tal vez alguno mantenga la imagen del indígena ignorante e ingenuo, y creyó que podía decirnos que iba a hablar de una cosa, sabiendo de antemano que lo iba a hacer de otra cosa que no tiene nada de científico. Vaya, ni siquiera alcanza a ser una pseudo ciencia, y he leído en redes sociales cosas mejor elaboradas, más ingeniosas, e igualmente falsas de cabo a rabo.

Y déjenme decirles: si se quejan de que en la academia no toman en cuenta en ciencias lo que es puro rollo existencial, acá tampoco.

Que en la academia no toman en cuenta el activismo político, acá tampoco. Pero les voy a decir dónde sí lo toman en cuenta: en la izquierda institucional. Ahí sí, llegan ustedes y dicen: soy doctor en no sé qué, y he participado en tantas marchas, mítines, cursos, entonces sí los colocan en alguna dirección de lo que sea, o como asesores, o como coordinadores.

Aquí no, si vienen que saben de matemáticas, pues de eso, aunque no sepan qué cosa es plusvalía o lucha de clases, ni sepan si “La Internacional” es una canción de lucha, una ópera o el nombre de una tienda de ultramarinos.

Como ya les platicó el Subcomandante Insurgente Moisés, la ciencia es ciencia, seas partidista o zapatista.

Tampoco vale que nos vengan a adular o a cortejar, aunque creo eso sí funciona en la academia institucional.

Ni valen los chantajes con el color de piel, la preferencia sexual, o la creencia religiosa. Sabes o no sabes de lo que hablas, no cuenta si eres de piel oscura, o blanca, o roja, o amarilla, o negra, o bicolor; no cuenta si eres hombre, mujer, homosexual, gay, trans o lo que sea; no cuenta si eres católico, o musulmán, o ateo, o agnóstico, o mahometano, o lo que sea siempre y cuando, a la hora de hacer ciencia, hagas ciencia, no religión, filosofía o la charlatanería de moda en redes sociales.

Entonces acá no se discrimina. Las diferencias no son demérito, pero tampoco son un mérito.

Respecto a los sufrimientos o dramas personales, ok, se entienden. Pero comprendan que somos un mal público para pedir lástima. Con todo lo que hayan sufrido y sufran, no podría equiparse a lo que ha sido, y es, ser lo que somos como lo que somos.

Pero comprendo lo que les pasa, cada quien se masturba con lo que puede. Sin embargo, no nos parece honesto mentir diciendo que vendrían a hablar de ciencia y no de sus azotes existenciales.

Pero las compañeras y compañeros son nobles y comprensivos. Los invitamos a hablarnos y lo hemos cumplido, lo hemos escuchado con respeto, lo que no quiere decir que nos tragamos sus piedras de molino. Nosotras, nosotros cumplimos. Esa gente no.

Imaginen que ésta es una asamblea de uno de los poblados zapatistas, y que pasan ustedes a exponer sus proyectos. Pasan de biología, medicina, laboratorio, análisis clínico, agroecología, ingeniería, farmacéutica, y la asamblea les dice que adelante, que es urgente. De física, química, matemáticas, vulcanología, astronomía, y demás ciencias, la asamblea les dice que adelante, que es importante.

Y si se presenta alguien que viene a decirnos que la ciencia necesita hacer filosofía posmoderna y tomar en cuenta las variables existenciales de cada quien, pues la asamblea les va a escuchar, pero no les va a decir que se vayan. Les van a proponer que se infiltren en Skynet y convenzan a la Inteligencia Artificial de seguir la propuesta científica que pretenden. Estoy seguro de que colapsaría en poco tiempo, lo que aliviaría la dualidad que sufre John Connor, y a la humanidad entera la libraría de las secuelas de Terminator.

Claro, yo les recomendaría que realmente estudiaran y que se dieran cuenta de que están más del lado de Aristóteles y Ptolomeo, que de Copérnico, Galileo y Kepler.

-*-

El Apocalipsis según Defensa Zapatista.

Montañas del sureste mexicano. Territorio en resistencia y rebeldía. Hay una escuela autónoma. Un aula. En ella, la promotora de educación les habla a las niñas y niños zapatistas:

“Antes de salir les voy a contar una historia como cuento, ustedes la tienen que pensar y responder a la pregunta que les voy a hacer cuando ya lo saben la pequeña historia”.

En una de las bancas de atrás, una niña deja de dibujar en su cuaderno complicados diagramas que, aunque parezcan de flujo, en realidad son de tácticas futboleras. En un costado de las líneas y flechas se puede leer “cuando completemos el equipo”. A los pies de la niña hay un balón, deshilachado y lleno de chipotes, y en su regazo dormita una especie de gato… o de perro… o lo que sea.

No sólo la niña, ahora toda la clase está pendiente de las palabras de la promotora, que dice:

“Hay una voz que nos cuenta lo que ve. Dice que hagan de cuenta que el mundo ya se va a acabar ya de una vez, y que ya sólo se mira que están dos hombres. Los dos están parados uno frente al otro, y no se hablan, pero se mira que están muy bravos. Son los únicos hombres que quedan, ya todos los demás ya murieron ya. Son los últimos hombres de la Tierra. No se hablan ni se miran esos dos hombres, pero están discutiendo muy embravecidos. Y no se miran ni se hablan porque se están mandando mensajes en sus celulares. O sea que, como quien dice, están peleando como si sus celulares fueran sus armas, las únicas que quedan porque el mundo ya se está acabando ya. Se están regañando muy rabiosos esos hombres, que ya sólo ellos dos se ven. Y uno le está diciendo al otro, que sea que le manda mensaje:

“Tú lo tienes la culpa porque con la ciencia lo hiciste la destrucción”. (send)

El otro lo ve su mensaje en su celular y se embravece y le contesta:

“No, tú lo tienes la culpa porque, en lugar de ciencia, te pusiste a decir que mejor hacernos como los antiguos primitivos y no usar las técnicas”. (send).

El otro uno, ahora sí que se pone más enojado y hasta se mira su ojo que está como que lo quiere quemar la pantalla de su celular. Y entonces escribe:

“No, la culpa es tuya porque con tus ciencias y técnicas se hicieron las armas que de una vez hicieron la matazón que hasta los pobres animalitos pasaron a llevar”. (send),

El otro lo ve el mensaje y pone su ojo así como “vas a ver maldito” y le responde:

“No, la culpa es tuya porque dijiste que no hay que aprender la ciencia que porque la ciencia es mala porque no respeta la madre tierra y lo hace daño”. (send).

El otro uno lo mira con mucho odio su pantalla y le da a las teclas para decir:

“No, es tu culpa porque con la ciencia te crees que sabes mucho y no tomas en cuenta su necesidad de la gente y andabas de alzado que yo sé mucho, que nadie me gana y cuanta madre que dijiste”. (send).

El otro lee y se pone tan bravo que no se puede creer de una vez, y lo mira al otro uno y pone su ojo así como si dice “vas a morir desgraciado”. Entonces lo escribe:

“No, es más tu culpa porque lo criticaste la ciencia nomás por haragán, que no quieres estudiar, ni aprender porque claro se mira que pesa mucho tu coyolito”. (send).

Así tardan esos dos hombres, peleándose muy embravecidos con sus celulares. No lo saben, pero ése es el último día, ahí nomás cuando llega la noche, ya se acaba todo. Y por estar peleando y mirando sus celulares, no se dan cuenta cuando el sol se guarda ya en la montaña y toda la tierra se oscurece.”

La promotora de educación, quien ha desplegado todo lo aprendido en los cursos de formación para contar la historia, concluye:

“Bueno, pues ésa es la historia que contó la voz. Entonces, la pregunta que tienen que responder es “¿Quién de los dos hombres sobrevivió a que se acabó el mundo?”.

Las niñas y niños quedan pensando.

En las primeras filas de la clase está sentado el Pedrito. Él dice que es para poner atención, pero bien que lo sabemos que está muy enamorrrado de la promotora de una vez, pero no lo vamos a publicar porque es un secreto que tiene.

El Pedrito levanta la mano pidiendo la palabra.

La promotora está a punto de decir “A ver Pedrito, qué pensás”, pero del fondo del salón de clases sale una voz infantil femenina:

“Pues está fácil”.

Todos, incluyendo a la promotora, voltean a mirar a la niña que se ha puesto de pie y ya tiene terciada su morraleta con el cuaderno y el lapicero guardados. Con sus manitas sostiene el maltrecho balón, mientras en el piso el Gato-perro se estira desperezándose. La maestra dice con resignación:

“A ver Defensa Zapatista, dinos tu pensamiento”.

La niña se va a acercando a la puerta del salón mientras expone:

“Está fácil la respuesta, porque claro se mira que los pinches hombres lo tienen la culpa que se acabó del mundo de una vez por culpa de que son muy malditos con su patriarcaladera ésa, que de plano ya no se puede creer ya. Y no lo estudiaron de la pinche Hidra que bien que con su tragadera pasó a perjudicar a todo el planeta Tierra. Y entonces ahí están de muy machitos peleándose con sus celulares y sus canciones de caballos y de amores y luego otra vez de desamores, que sea que no se deciden de una vez.

Bueno, maestra, para que lo entiendas como mujeres que somos, te lo explico la palabra: “patriarcaladera” es así como que sólo los hombres mandan y quieren que nosotras como mujeres nomás estamos al pendiente de qué quieren, de que esto, de que lo otro, y luego nos dicen que mucho nos quieren y que tenemos muy bonitos ojos y acaso están mirando los ojos, no, sino que lo miran otra cosa. Y yo no sé qué cosa es que miran porque todavía no crío, pero así me dijeron mis mamaces que hacen los pinches hombres. Y yo, cuando ya crezca, que ni lo piensan, ahí nomás les voy a dar sus zapes y sus patadas si es que me mal miran. Entonces la “patriarcaladera” es que los pinches hombres sólo quieren que les hacemos el pozol y todavía nos molestan que lo quieren un su besito. ¿Tú lo crees que lo vamos a dar un su besito así nomás? Nada de que nada, en lugar de besito, ahí tienen su zape. Y luego piensan que nos van a convencer con canciones de caballos. De plano son tarugos, a ver si lo encuentran un caballo que les haga su pozol, qué van a encontrar, nuncamente…”

La maestra ya conoce a la niña, así que la interrumpe:

“A ver Defensa Zapatista, responde la pregunta”.

La niña ya está en la puerta. Mientras, a sus pies, el Gato-perro mueve alegremente la cola, responde:

“Pues está fácil, ninguno de los dos hombres vive, sino que ahí nomás mueren por tarugos. Y claro se ve que es por su culpa de la patriarcaleda ésa que se va a acabar el mundo, pero nada que se acaba, porque resulta que sí hay quien vive y es la compañera que está contando la historia. Porque si no es una compañera la que cuenta la historia pues entonces no hay historia. Y la compañera que lo cuenta la historia lo lleva un su pichito en el rebozo y lo está como quien dice dando la clase política al pichito, para que aprende que tenemos que apoyarnos como mujeres que somos”.

La niña no espera a saber qué dice la promotora de educación y, dando por sentado que su respuesta es correcta, sale corriendo gritando “¡A jugar!”, mientras el Gato-perro y el resto de la clase salen detrás de ella.

La promotora de educación sonríe mientras guarda sus cuadernos y libros, uno de los cuales lleva en la portada “Antología XX Aniversario. Congreso Nacional Indígena. Nunca más un México sin nosotros”. Ya para retirarse, la maestra se da cuenta de que no todos los niños salieron.

En la banca de enfrente, está el Pedrito, así como triste y derrotado. La promotora va y se sienta a su lado y le pregunta:

“¿Qué te pasa Pedrito, por qué estás triste?”

El Pedrito suspira y responde: “Porque ya no pude responder porque Defensa Zapatista me ganó la palabra”.

“Ah”, le dice la maestra, “no preocupas Pedrito, ¿cuál era tu respuesta?”

Pedrito explica con tono de obviedad:

“Pues yo iba a responder que la historia no se sostiene, porque si sólo quedan dos hombres peleando con sus celulares, entonces ¿quién está trabajando para que haya señal de celular? Eso quiere decir que hay otros que siguen trabajando, o sea que no sólo quedan dos. O sea que, para que me entienda maestra, a su historia le falta lógica, coherencia en el argumento. Entonces la respuesta es que la premisa está mal, por lo tanto, la conclusión, cualquiera que sea, es falsa. Eso se hubiera entendido si se aplica el pensamiento crítico al análisis” (me cae que así habla el Pedrito, si algún día lo conocen van a ver que no lo estoy impostando).

El Pedrito, después de hablar, vuelve a su posición de pena y tristeza.

La promotora de educación está pensando qué quieren decir las palabras “coherencia” y “premisa”, y que siempre le pasa así con el Pedrito, que usa palabras que ponen en aprietos hasta a la Comandancia. La promotora no tiene pena de preguntarle al Pedrito qué significan esas palabras, pero ve que el Pedrito está triste, así que lo abraza y le dice:

“No preocupas Pedrito, tu respuesta también está bien”.

El Pedrito, al sentirse abrazado, se pone de todos los colores y pone cara de “a mí nadie nunca me ha abrazado”, tal y como le enseñó el finado SupMarcos. Mientras se deja querer, el Pedrito piensa que estuvo bien que Defensa Zapatista haya respondido primero, porque así la promotora lo está abrazando, y en el abrazo, el Pedrito entiende que no, que el mundo no se va a acabar, que mientras el abrazo dure, el mundo seguirá dándole oportunidad a la vida, porque la vida es eso, un abrazo.

Eso está reflexionando el Pedrito cuando, en la puerta, aparece la niña y le dice: “Apúrate Pedrito, tenemos que completar el equipo para hacer la retadora”.

El Pedrito se separa del abrazo de la promotora como si el corazón se arrancara, pero va hacia la niña, porque él es, además de niño, zapatista, y un zapatista no puede dejar que el equipo no se complete por su culpa. Antes de salir, el Pedrito le dice a la niña: “sólo que claro te digo que de portero ya no, mejor pon al caballo choco en la portería, yo quiero ser delantero”.

“Defensa Zapatista” no va dejar que la última palabra en el cuento sea de un niño, así qué dice:

“Qué delantero ni que nada. El SupGaleano me enseñó unos videos y ya tengo un nuevo plan. Ahora vamos a jugar con la ciencia del “fútbol total” de las naranjas holandas ésas. ¿Tú lo crees que no hay que estudiar para el juego? Tienes. Las dos cosas, con las ciencias y las artes. Luego te explico. Nomás completamos el equipo y vas a ver, tú no preocupas, ya vamos a ser más, de repente dilata, pero ya vamos a ser más”.

Se van el niño y la niña. Hasta entonces podemos ver que la niña trae una playera naranja que casi le llega a los talones y que atrás luce en letras chuecas “Cruyff” y más abajo se lee: “Resistencia y Rebeldía”.

En la orilla del potrero, los espera un abigarrado grupo formado por: un viejo caballo que mastica con parsimonia una bolsa vacía de tabaco; un hombre bajo de estatura y pelo cano, tiritando a pesar del abrigo que porta; otro hombre alto y delgado que sobresale por su altura y por la extraña gorra que tiene, el cual mira con interés, a través de una lupa, a un extraño animalito que, a la distancia, semeja un perro… o un gato… o un gato-perro.

Cerca de ahí, en donde la comunidad se empeña en arañar el muro, manos anónimas han plasmado, abajo y a la izquierda, un graffiti que estalla en colores. En él se lee:

“Somos el Congreso Nacional Indígena y vamos por todo, para todas y todos”.

Muy lejos de ese lugar, dentro de un bunker las sirenas de alarma ululan y la tierra se estremece.

Arriba, el hermano John Berger, sonriendo, ha dibujado con nubes, para quien mire alto, una pregunta: “¿Y tú qué?”

-*-

Lo urgente y lo importante.

La historia que les voy a contar es un poco triste. Lo es porque contiene las lágrimas de una niña zapatista. Pero, a pesar de eso, o precisamente por eso, se las cuento porque, al escucharles hablar, exponer, reflexionar y tratar de responder y enseñar, me he imaginado lo que sigue. No sé si ustedes lo han hecho. Si no, se los recomiendo, piensen en lo que sigue.

Me he imaginado que estamos en otro tiempo hace adelante. Va:

Sin que la antecediera un balón, había llegado a mi champa “Defensa Zapatista”. En su carita se veía que había estado llorando, y todavía algunas lágrimas le brillaban en las mejillas. “Defensa Zapatista” sostiene que las niñas no lloran, que eso es cosa de hombres, que las mujeres son fuertes. Así que entendí por qué la niña había venido a mi champa, donde sólo habitan fantasmas y silencios. Aquí está segura, aquí puede llorar sin que nadie, como no sea yo, la mire. Aquí puede guardar su fortaleza en un cajón y dejar que el sentimiento le llene la mirada y haga líquida la pena.

Yo no le dije nada. Hice como que no la miraba, como que estaba barriendo el piso del tabaco y los papeles arrugados que se extendían alrededor de la mesa.

Al fin, ella se limpió las lágrimas con el paliacate rojo, suspiró y carraspeó para decirme:

“Oí Sup, ¿tú lo sabes lo que es mal soñar?”

“De por sí”, le respondí, “los malos sueños se llaman pesadillas”.

Ella se interesó y preguntó: “¿y cuál es su trabajo de las quesadillas, por qué y quién las hizo?, porque son muy fieras.”

“Se llaman “pesadillas”, no “quesadillas”. Las quesadillas son buenas si tienen queso. Las pesadillas no son buenas. Pero, ¿por qué me preguntas eso?”

“Es que lo soñé muy fiero y me desperté así como con un dolor en la panza, como que no está cabal, como que duele”, dijo.

“Cuéntame pues”, la animé y encendí la pipa.

“Bueno, resulta que soñé que estamos en la asamblea del pueblo, que resulta que está muy cabrón la situación por su culpa del mal sistema. Y que está llegando mucha gente a pedir entrada en el pueblo porque en otros lados ya nomás no se puede vivir, entonces se viene la gente porque nosotras como zapatistas sí nos preparamos.

Pero está llegando gente hasta de otros sus países que a saber dónde quedan.

Entonces pues no está cabal la comida y la comunidad tiene que producir más la tierra, porque como zapatistas pues tenemos que apoyarnos con otros pueblos del mundo porque somos como quien dice compañerismos.

Entonces están viendo en la asamblea cómo se van a organizar para darle alimento a esas hermanas y hermanos.

Entonces pasa que alguien de la asamblea dice que hay que buscar más terreno donde se puede sembrar.

Y entonces otro dice que en el potrero donde lo jugamos el fútbol, que lo vio que ya floreció el Petumax con sus flores, así como blancas, pero no, así como grises pero no, creo color crema o no sé cómo se llama su color.

Y que lo vio que también está el Chene´k Caribe, y sí cierto porque yo de por sí lo juego sus flores como que son pollitos.

Y que también la miró que está la Sun que parece girasol, pero no es.

Entonces dijo el compañero ése, que eso quiere decir que ya está buena la tierra en el potrero, que ya se puede sembrar ahí maíz y frijol.

Y entonces yo como quien dice que me preocupé, porque ahí en el potrero es donde lo vive el caballo choco, y donde jugamos fútbol. Bueno, no mero jugamos porque no hemos completado el equipo, pero lo practicamos y entrenamos con muchas ganas.

Entonces la autoridad le pregunta a la asamblea si está de acuerdo que se siembra en el potrero y se hace milpa ahí, o si hay alguien que no está de acuerdo pues que lo dice su palabra para ver cómo se hace.

Entonces toda la asamblea está en silencio y nadie pide la palabra. Y yo quiero hablar para decir que no siembren en el potrero, porque entonces ya no vamos a poder jugar, que sea entrenar. Pero no sé cómo voy a decir, porque lo veo que sí se necesita el alimento para apoyar a esas otras hermanas y hermanos.

Y estoy con la angustia porque nadie dice nada y yo no tengo el pensamiento para convencer a la asamblea, y lo veo en su ojo de la autoridad que ya va a decir que, si nadie tiene otra palabra, se aprueba que se siembre en el potrero.

Y ahí estoy yo, buscando un buen pensamiento y no encuentro, y me da coraje que no encuentro buena palabra y con el coraje se me salen las lágrimas, y no es que estoy chillando, sino que es por coraje de no saber.

Y ahí nomás me desperté y me vine corriendo. Y en el camino más coraje me da por el pinche sueño malo ése, que quién lo mandó o por qué hace así”.

Conforme ha ido hablando, el rostro de “Defensa Zapatista” va reproduciendo en sus facciones el dolor y la desesperación.

Yo me quedé callado, pero la niña se me quedó viendo como esperando qué voy a decir.

Aunque yo me di cuenta de que “Defensa Zapatista” no había venido al diván, ni sólo a desahogarse, estaba buscando las palabras adecuadas, porque entendí que la niña no llegó sólo a esconderse, también a buscar respuestas y yo, pues soy el subcomandante de acero inoxidable, el que, según el criterio de “Defensa Zapatista”, tiene el grave defecto de ser hombre, pero nadie es perfecto, y además yo dejo que el gato-perro se suba en el teclado y arruine los textos, a veces tengo galletas para compartir (que, para Defensa Zapatista significa que ella y su animalito se zampan todas las que me gustan y las que no también, y sólo me dejan el paquete vacío), y cuento historias donde ella y su pandilla hacen travesuras y salen triunfantes.

Entonces les estoy presentando como quien dice el contexto, para que entiendan que la niña en realidad no había ido a contarme un mal sueño, sino a presentarme un problema.

Como había estado revisando el baúl de los recuerdos que el difunto SupMarcos me dejó en custodia, recordé haber visto algo que podría servir. Le hice a “Defensa Zapatista” una señal de que espere, y empecé a buscar y encontré, debajo de los dibujos que, cuando estuvo aquí en el Cideci, trazó John Berger, lo que estaba buscando. Los papeles estaban ajados, manchados de tabaco y humedad, pero la torpe letra del finado era todavía legible.

Volví a cargar la pipa y la encendí. Leí casi en silencio, sólo haciendo algunos gestos y emitiendo gruñidos incomprensibles.

La niña me miró en suspenso, esperando. El gato-perro había dejado en paz el ratón de la computadora y, con las orejas paradas, permanecía expectante.

Después de hacerme el importante unos minutos, le dije:

“Ya está, no hay problema. He encontrado la solución para tu pesadilla. Resulta que en este escrito el difunto SupMarcos, que diosito lo tenga en su santa gloria y la virgencita lo llene de bendiciones, explica que las pesadillas son problemas y que se pueden aliviar si lo resuelves el problema de la pesadilla.

Entonces dice que los sueños son las soluciones a las pesadillas.

Que lo hay que hacer es encontrar la solución y entonces ya sale el sueño bueno.

Que con eso te ahorras un chingo de paga de psiquiatras, psicólogos, terapeutas y antiácidos. Ok, eso no viene al caso.

Y en este otro escrito, dice que el problema no sólo es saber qué es lo urgente y qué es lo importante.

Lo urgente es lo que tienes que hacer ya, y lo importante es como, por ejemplo, lo que sabes que se debe hacer.

Por ejemplo, en tu caso de tu mal sueño que me cuentas, lo urgente es que los compas tienen que hacer más producción de alimentos; y lo importante es que no se pierda el lugar donde se juega.

Entonces pues es un problema grave porque si se cuida el lugar para jugar, pues entonces no se siembra y hay hambre; y si se siembra, pues entonces ya no hay donde juegan.”

“Defensa Zapatista” asentía convencida a lo que le iba diciendo. Yo seguí:

“Entonces dice aquí el finado que eso se llama “opción excluyente”, o sea que haces una cosa o haces otra, pero no se puede las dos. El SupMarcos dice que casi siempre eso es falso, o sea que no es fuerza que una cosa u otra, sino que se puede imaginar otra cosa diferente. Y pone el ejemplo de los pueblos originarios, o sea que indígenas.

Dice: “Por ejemplo, los pueblos originarios, desde hace siglos, todo el tiempo hacen al mismo tiempo las dos cosas, lo urgente y lo importante. Lo urgente es sobrevivir, o sea no morir, y lo importante es vivir. Y lo resuelven con resistencia y rebeldía, o sea que se resisten a morir y al mismo tiempo crean, con la rebeldía, otra forma de vivir. Entonces dice que siempre que se pueda, hay que pensar de crear otra cosa.”

Dejé los papeles y me dirigí a “Defensa Zapatista”:

“Entonces lo que yo creo que puedes hacer en tu problema del mal sueño, es explicarle a la asamblea lo que es urgente y lo que es importante.

O sea que las dos partes tienen buen pensamiento, pero que si escogen una pues lo chingan la otra.

Y entonces explícalo a la asamblea que no es fuerza que una cosa u otra cosa, sino que hay que pensar en otra una, algo diferente pero que quedan cabal las dos cosas.

Y entonces no es que se resuelva el problema de la asamblea ni tu problema, sino que ya es otro problema.

Y en el nuevo problema, tienen que pensar los dos, o sea la asamblea y tú.”

Todo el tiempo, la niña había estado sentada, quieta, con su manita apoyando su barbilla, poniendo atención.

Contra su costumbre, el gato-perro también se había estado quieto.

“Defensa Zapatista” quedó en silencio, mirando al suelo fijamente.

No sé mucho de lo que pasa en la cabeza de una niña. De un niño sí, porque tal vez no he madurado a pesar de los kilómetros recorridos. Pero las niñas, aunque ya tengan edad, siguen siendo un misterio que tal vez las ciencias puedan algún día resolver.

De pronto, “Defensa Zapatista” volteó a mirar al Gato-perro, y el susodicho, a su vez, la miró a ella.

La mirada mutua duró sólo unos segundos, y el Gato-perro empezó a brincar, a ladrar y a maullar. La carita de la niña se iluminó y casi gritó:

“¡Sí, el Gato-perro!” y empezó a brincar y a bailar junto con el mencionado.

Yo no sólo puse cara de que no entendía nada, en efecto no comprendía a qué venía eso. Pero, resignado, esperé a que “Defensa Zapatista” y el Gato-perro se calmaran, lo que no ocurrió hasta pasados unos minutos que me parecieron eternos.

Al fin se detuvo la algarabía y, aún agitada, la niña me explicó:

“¡Es el Gato-perro, Sup! Lo tengo que llevar al Gato-perro a mi mal sueño y lo tengo que llevar a la asamblea y él me va a ayudar y entonces ya va a ser un buen sueño.

Aquí estaba la solución de la problema pero no la había estudiado.

Es el Gato-perro, siempre ha sido el Gato-perro.”

Creo que mi cara de “¡What!” debe haber sido muy evidente, porque “Defensa Zapatista” se sintió obligada a aclararme:

“A ver te lo explico Sup: el Gato-perro ¿es gato?, pues no. ¿Es perro?, tampoco. Entonces no es ni una cosa ni otra, sino que es otra una, es un gato-perro. Si lo muestro al Gato-perro en la asamblea, claro lo van a ver que hay que hacer otra cosa, que quedan contentos ambos dos mutuamente de acuerdo”.

Yo no podía entender cómo la asamblea iba a dar, como quien dice, el “salto epistemológico” de esa cosa, o lo que sea el Gato-perro, y la disyuntiva entre el potrero para jugar o el potrero para sembrar. Pero parece que a “Defensa Zapatista” eso le tenía sin cuidado.

Al otro día, camino al pueblo, pasé por el potrero. Ya la noche empezaba a nacer del suelo y como quiera seguía el sonido de quienes rasguñaban el muro. Aún había luz suficiente, porque “Defensa Zapatista” estaba en el campo, reunida con un grupo en el que reconocí al viejo caballo choco que la acompaña a veces, al Gato-perro, y al Pedrito. Había también dos hombres, uno bajo y otro alto, a quienes no identifiqué y supuse que eran de la Sexta y que la niña los estaba tratando de incorporar a su siempre incompleto equipo.

Me vio de lejos la niña y me saludó agitando la mano. Correspondí al saludo, dándome cuenta de que “Defensa Zapatista” había resuelto el problema porque reía y corría de un lado a otro, mostrándole al grupo dónde deberían colocarse en un dispositivo que me semejó la figura de un caracol.

Seguí mi camino, recordando el final de aquel día de lágrimas, cuando ya sonriente y con la carita iluminada, “Defensa Zapatista” se despidió:

“Ya me voy ya, Sup, me tengo que ir”.

“¿Y qué vas a hacer?”, le pregunté.

Ya se alejaba cuando me gritó: “Voy a soñar”.

Mientras esperaba a que se reunieran las compañeros y compañeros para la plática que me tocaba dar, la noche llegó con sus propios pasos y sonidos.

Pensé entonces que tal vez al finado SupMarcos le hubiera gustado estar presente en el sueño de “Defensa Zapatista” y así saber cómo argumentó la niña y cuál fue la decisión de la asamblea.

O tal vez estuvo ahí de por sí. Porque, al menos en estas tierras, los muertos andan de un lado a otro. Con nosotros ríen y lloran, con nosotros luchan, con nosotros viven.

Muchas gracias.

Desde el CIDECI-Unitierra, San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, México.

SupGaleano.


México, enero del 2017.


¡TODO EL PODER AL PUEBLO!